martes, enero 29, 2013

Los otros, el mismo

 No siempre se es el mismo. Hay un tempo de fondo, una cadencia que acompasa la línea, pero en verdad vas siendo otro. No fuiste el mismo al salir del cine en aquella película tremenda, no eras el mismo en aquellos pasillos mal iluminados de los días de hospital, no eras el mismo cuando ibas de copiloto en aquel coche que reventó contra otra coche en la esquina de aquella avenida. ¿Recuerdas? ¿Recuerdas las horas que vinieron después, la adrenalina acumulada en un punto impreciso de la sien, el nervio y la sensación de irrealidad al ver el otro coche en llamas, la puerta de tu lado reventada? Tampoco eras el mismo cuando saliste de aquella casa, empujado por su padre, a gritos, como un delincuente y tu callado, porque tu bandera era el amor; un amor, por otro lado, que era mentira, porque ahora que han pasado los años asúmelo por fin: aquello no era amor. No eras el mismo cuando caminabas por aquellas calles tristes y de luz mortecina y hacía calor y compraste dos cigarros y le pediste mecha al tipo de la tienda y te sentaste a mirar una vista que se desprendía y que en cierta forma no te pertenecía. No eras el mismo en aquel avión que rompía con tu vida, también contigo mismo. Si nunca fuiste tú, ahí ni siquiera te pertenecías. No eras tú cuando aquella mujer te hablaba de muerte y recitaba poesías grandilocuentes a las seis de la mañana y tu te afanabas en su cuerpo desconocido y legendario y que anunciaba la decadencia y el principio del fin. No eras el mismo en aquel entierro, cuando le diste un beso al cadáver y sentiste la rigidez inquebrantable de la muerte y te pareció una mala despedida porque lo físico no se despide, pensaste. No eras igual en aquella oficina hostil y en aquella tiendita de ambiente saturado y fría, un invierno cansado y largo. No eras tú frente a aquel señor esquivo que decía ser tu padre y que hablaba como en otra pantalla y mientras le escuchabas pensabas ¿Y qué es la sangre? No eras el mismo en aquellos cambios de nota que descubriste con los años, en un lento y torpe aprendizaje musical. No eras el mismo mientras leías montañas y carreteras y profesores que habitaban lejos. No eras el mismo en las salas de espera, en tantas salas de espera, en tantas horas muertas. No eras el mismo en aquella playa que recordaste otras playas, una vida que había quedado atrás. No eras este en aquella ciudad remota, de calles laberínticas donde te pareció ver algo parecido a un misterio. No eras el mismo luego. En aquellas dos salas donde viste la luz el alumbramiento. Nunca has sido el mismo, porque a cada rato somos otro y nunca nos repetimos, salvo la cadencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Brutal. A veces se agradece ya no ser el mismo de hace algunos años.

CL

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