miércoles, enero 23, 2013

Transcripción (historia atroz)

 Para pasar a su apartamento, si es que aquello era un apartamento, no había que cruzar un portal al uso, se entraba por un restaurante italiano bastante caótico y con muy poca clientela regentado por un tipo, que según decían, practicaba, además, abortos ilegales en la cocina. Nada parecía decente en aquel local, ni siquiera las bombillas, que habrían sido compradas en cualquier tienda de bombillas, pero hasta eso parecía ilegal o sórdido o traído de un submundo de trampas. Él cruzaba por las noches cuando llegaba de la redacción desganado y pensando que en nada se parecía su trabajo al sueño del perseguidor de imágenes que él había previsualizado los años previos.

 La última noche cuando cruzó, el restaurante ya estaba medio cerrado, Toti estaba hablando con una chica joven. La chica estaba preocupada y hablaba con intensidad, como si le estuviera revelando un secreto atroz. Él quiso pasar de largo, saludar con un buenas noches y tratar de obviar los rumores que afirmaban escenas gore en la cocina. Los dos le miraron con cara seria y le detuvieron con una rogatoria: "Necesitamos tu ayuda". Se detuvo en seco. No sabía como reaccionar. Con Toti casi nunca había hablado, salvo para negociar el precio del apartamento y las condiciones de este y los buenas noches que siempre le decía al pasar cuando llegaba de la redacción. Se acercó con rostro confuso. Toti habló sin vueltas:

.- Lola está embarazada y tiene un problema.

 Ahí pensó que vendría la confesión de los abortos realizados en la cocina, pero no, lo siguiente que dijo Toti es que él era ginecólogo y que le iban a practicar una operación para ayudarla con un problema del embarazo.

.- Será rápido.

 Miró a Lola, Lola miraba al suelo y a su barriga de cinco meses.

.- ¿Qué tengo que hacer?

.- Vamos a sacar al feto, le haremos una leve operación de corazón y lo volveremos a introducir.

.- Eso es una locura, ¿Por qué no va a un hospital? ¿Por qué hacéis esto aquí?

.- Porque en un hospital no se lo harán. La medicina que yo practico es experimental.

.- Y qué te hace pensar que yo colaboraré en tus experimentos.

.- Esto

 Toti en ese momento le apunta con un arma con forma de pistola, pero una pistola extraña, futurista, iluminada con colores fosforescentes. Se queda quieto. Toti mantiene el tono amable y empieza a actuar. Lola se tumba en una mesa que hace las veces camilla de quirófano. Él ve la escena aterrado, tiene ganas de gritar, una nausea profunda, terrible, le recorre la garganta. Suda y siente una forma inexplicable y desconocida de paralisis. Varias veces mueve las manos como tratando de ver si aún reaccionan a sus corrientes nerviosas. No mira, trata de no mirar nada. Lola ha cerrado los ojos, confía plenamente en Toti. Toti actúa serio, sólo cuando ya está operando, se le puede ver que tras su apariencia delectiva y salvaje, Toti es, ciertamente, un ginecólogo. Sus movimientos, lo reconoce, si dejan ver a un profesional. Apenas respira. Lola respira casi como si estuviera de parto. Toti saca al feto. Está a punto de desmayarse. Si hay una imagen sinónimo de atroz es esa. Toti le dice que a partir de ese instante su función es fundamental, debe sostener al feto en una posición precisa. Todo en su cuerpo es una nausea, una paralisis. Hay momentos, unos pocos momentos extremos, en los que la cabeza parece suspenderse, quedarse ajena al comportamiento químico del cuerpo. Todo en él se sucede en una maraña confusa en la que nada parece cierto. No hay memoria, no hay pasado, no parece venir un futuro, todo está congelado en esa escena insoportable y definitiva. Algo hace Toti en el feto, algo que él ni siquiera trata de descifrar. Toti actúa como siempre dice la metafora: con precisión de cirujano. Su cara es inexpresiva, todo se concentra en sus manos y sus ojos, donde parece habitar una fuerza sobrenatural. En su pasaje irracional, de repente, hay un vestigio de admiración a Toti, no es una admiración a sus metodos, es una admiración a su falta de pánico, a su temerosidad, porque él habita, justo, el polo opuesto: el terror y el pánico, la parálisis químico de un cuerpo gobernado por la incomprensión. En la imagen que culmina el delirio, mientras el mantiene con las manos algo que no quiere mirar, Toti fotografía y aún pierde unos segundos en buscar un encuadre preciso, como si cupiera la estética en esa foto que quiere conservar. Toti le quita de las manos lo que a él le paraliza. A partir de ahí no recuerda nada o sólo ve la cara de Lola iluminada por la luz blanquecina de una de las lámparas de la cocina del restaurante. Se cae al suelo, no se desmaya, pero mientras Toti actúa con velocidad él llora. No hay una medida de tiempo, pero un rato después todo ha terminado, Toti le abraza, él despierta, ve por la ventana la noche, el vaho en los cristales. Aún mantiene la duda de si esa pesadilla, en realidad fue cierta.

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