lunes, enero 21, 2013

Ritmo

 El ritmo cotidiano, esa velocidad que no percibimos de nuestra propia vida, se vio reducido de repente a una enorme lentitud. Lo que durante años había sido trasiego desde antes del amanecer, ahora era lentitud total. Nada le esperaba al otro lado de la puerta. Se acostumbraba, sí, pero se acostumbraba desde cierta imposición, en realidad su cuerpo seguía exigiendo ese tempo intenso del café veloz, de bajar al parking, saludar al vecino y recorrer calles o carreteras para reuniones elevadas donde siempre era admirado. Lo admirable, y eso era algo que hasta los que le tenían antipatías sabían ver, era que entre tanto trasiego y tanta actividad, hubiera siempre prioridad para lecturas elevadas, para aprovechar cualquier hueco de ese movimiento permanentemente activo, para leer párrafos memorables y que memorizaba. Ahora, tanta acción, tanto compromiso se habían frenado por un montón de inexplicables situaciones, pero entre ellas, por la ambición de los provincianos a los que tanto tuvo que sufrir y que terminaron, con toda su mediocridad infinita, logrando aniquilarlo en sus batallas de valores. El mundo no está preparado para tipos auténticos, la mediocridad y la cerrazón es el mal, el virus letal que acabará con todo. Sin embargo ese golpe de freno en su vida le había permitido no sufrir ni siquiera de rencores o resentimientos, lo que sucedía ahora era un letargo inexplicable. La mañana empezaba a la misma hora, nadie cambia el habito de despertar a una hora precisa durante cuarenta años de repente. Aún no amanecía y sin embargo el descenso de la cama ya era otro. El café duraba el doble y ahora siempre lo tomaba en el ventanal del salón, un ventanal que bien podría ser la pantalla de su vida, desde ese ventanal vio a sus hijos jugar abajo cuando eran críos, los vio crecer, llegar del colegio las tardes iguales, los vio llegar de madrugada con sus primeras borracheras, los vio largarse y los ve ahora, cada muchos meses, volver amables y cariñosos y algo nostálgicos y ya mayores. Ahora el café lo toma ahí, cuando todo se ha frenado y cada día observa minucioso el movimiento de luces y nubes del amanecer y pronostica sin mucho rigor, el tiempo que hará ese día. Lee el periódico, pero con distancia. La vida es un lento camino a descreer, descreer de todo, hasta de lo que parecía universal. Ahora camina porque nota ciertos síntomas que debe atajar antes de que sean problema. No hace resumenes, no recapitula, no busca respuestas. Simplemente está hipnotizado ante la lentitud que ha tomado todo, como si ese ritmo, en realidad, no le perteneciera, como si fuera a ser transitorio. Y se sabe acompañado, en eso siempre ha sido un afortunado, pero hay un vacío, un silencio que recuerda a la soledad. No hay bullicio ni charlas que parecen importantes, de repente todo es liviano e intrascendente y lo más importante es la fotografía que tienen las cosas, la quietud del movimiento. Como si si vida estuviera sucediendo fuera de gravedad.

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