martes, enero 08, 2013

Experiencias de excursionistas

1.- Caminaron varios Kilómetros sin saber muy bien si seguían dentro de la ruta o si en algún momento se habían desviado y todo aquel paraje era parte de un camino perdido. La semana anterior había nevado intensamente en la zona y la vegetación árida se hacía extraña con el manto blanco e impoluto. El cielo estaba espeso y gris, la luz era lejana y al hablar, la nieve y la inmensidad le otorgaban a sus voces unas características hermosas, como si hablaran más cerca, pero más lejos. Dudaron: seguir o no seguir. Pero al final acordaron seguir: si esa no era la ruta, al menos disfrutarían de perderse. No parecía haber derrota en la decisión, el paisaje era sublime y tremendo, caminar por ahí era un placer. Nada alrededor, salvo la nieve y el paisaje y el silencio amortiguado y la luz rebotada. Los siguientes kilómetros fueron silenciosos, nadie compartía lo que vivía. El silencio es contagioso, o al menos lo es en esas circunstancias. El cielo parecía un techo, un techo soberbio que encerraba un mundo discreto, cauteloso, dentro parecían habitar solamente ellos. Tres habitantes en un lugar de pleno sosiego y lejanía. Todo, desde allí, parecía lejano. Al cabo de los minutos, quizá una hora, comprendieron que esa no era la ruta que indicaban las guías y los libros especializados y que definitivamente se habían desviado. Hubo un momento de despiste que tardaron en perdonarse, ya eran casi expertos como para permitirse un error de no iniciado, pero decidieron no reclamarse y no culpabilizarse. Estaban ahí y estaban, por otro lado, caminando por una ruta hermosa, el silencio volvió. A lo lejos se elevaba el camino, la ascensión iba siendo leve, casi inapreciable, no obstante la linea del horizonte seguía allí, inamovible, inalcanzable. Fue en ese punto donde la leve ascensión arrancaba donde se cruzaron con una anciana que llevaba dos niños. La señora trató de pasar de largo, pero ellos aprovecharon para preguntar dónde andaban, que era eso. La mujer se detuvo. Les miró y con voz profunda, casi como si no le perteneciera, les preguntó: ¿se han perdido? Ellos no quisieron aceptar la derrota así y se justificaron con un orgulloso:"más bien nos hemos desviado accidentalmente". Los niños les miraban como debe mirarse a habitantes de planetas remotos. Ninguno de los dos hablaba, casi ni se movían. La mujer dijo: "En realidad esto no lleva a ninguna parte. Es una repetición permanente del mismo paisaje. No hay mucho más que ver", pero ellos la miraron como si en la mirada fuera impresa la pregunta que los tres tenían en mente:" Bien, ¿y usted de donde viene?" Hubo un silencio largo, incomodo. Uno de los niños estornudó y reaccionó como si el estornudo hubiera sido algo que roza lo ofensivo. Miró como disculpándose. La mujer no dijo nada más, miró a los niños en un gesto sin gesto y empezaron a caminar. Los tres se quedaron viéndoles perderse de espaldas, haciendo el camino de vuelta que en algún momento ellos tendrían que hacer.

2.- Habíamos conducido varias horas. Nos habíamos detenido en uno de esos restaurantes de carretera y habíamos picado algo ligero. El calor era terrible. Ninguno de los dos soportaba los aires acondicionados, pero en el coche lo encendimos porque la temperatura interior era diabólica. En la guía indicaban unas cascadas idóneas para un baño. Buscamos torpemente el camino. En algún momento la carretera se volvía camino de tierra, pedregoso y brusco. La inmensidad se abría repentina en un giro del camino. Según la guía por ahí habría que avanzar unos seis o siete kilómetros y pronto veríamos un giro a la izquierda. Apagué la música, debía conducir con mayor concentración. El paisaje se abría tremendo. La aridez y el calor parecían reverberar, como si el coche fuera el único sonido en miles de kilómetros. Fue ahí cuando se pinchó la rueda. Nos bajamos. Creo que insulté a varias deidades y avarias generaciones de las familias de los fabricantes de esa rueda. Nos sentamos. Ella aprovechó para hacer algunas fotos. Todo parecía haberse sumido en el silencio del calor y del verano. En cierta manera, esos minutos parecían contener todo el verano del mundo, el calor y la luz, el silencio casi universal que había en todo lo que alcanzábamos a ver. Creo que fue ella la que los vio primero, iban con ropas terriblemente desgastadas, ropas que en algún momento debieron ser idóneas para hacer rutas y caminar por la montaña. Caminaban pesados, casi como elefantes, estaban delgados y algo demacrados, la piel muy bronceada. Ella, quizá por amabilidad, quizá porque cuando te cruzas con alguien en mitad de la nada sientes que hay que saludar o hablar preguntó si por ahí se iba bien a las cascadas. Uno de ellos, no sé cual, porque en realidad los tres me parecían el mismo, contestó: "En realidad esto no lleva a ninguna parte. Es una repetición permanente del mismo paisaje. No hay mucho más que ver" y siguieron caminando. Los dos nos giramos para verles perder caminando de espaldas haciendo el camino de vuelta que en algún momento nosotros tendríamos que hacer.

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