miércoles, enero 02, 2013

Siesta en vacaciones

 Soñé que no era del todo yo. Era un tipo parecido a mi, pero con diferencias evidentes. Mi manera de actuar, en esa extraña conciencia que hay en el sueño, me resultaba extraña, ajena. Caminé, la ciudad por la que caminaba era una mezcla soberbia de las características más esenciales que debe haber en mi percepción sobre las ciudades que más me han marcado. A su manera esa ciudad era un resumen subconsciente de ciudades. Caminé por calles en las que jamás había estado, que con casi toda seguridad no existen en ningún lugar del planeta, pero que en ningún momento me resultaron ajenas. Vi edificios remotos, extraños y cercanos. Vi coches pasar, la luz indescriptible de una especie de infinito y detenido atardecer. Entré en un edificio con la entrada pareecida a los edificios de Palos Grandes, en Caracas. Subí a un apartamento. El ambiente, dentro, era agradable y acogedor, pero triste, como si todos aquellso que deambulaban por el pasillo y por las habitaciones supieran de algo que ya no tenía vuelta atrás. Vi muchas caras conocidas. Caras de compañeros del colegio, de esos colegios en los que estuve poco tiempo. Vi gente que estaba igual, con la misma cara que cuando niños, vi gente que había engordado hasta lo obsceno, vi una vieja amiga de la que jamás he vuelto a saber. Vi mucha gente: todos, son excepción, me abrazaron con intensidad, incluso con cierto desgarro. Al rato, casi nadie hablaba. Todos me miraban con amor, con ternura, con distancia. Les miré, esperé unos segundos y pregunté: ¿Estoy muerto? y desperté feliz, al borde de una piscina, mi hija mayor chapoteaba en el agua, la pequeña movía un objeto de colores, descubría con fascinación el movimiento de las cosas, el movimiento de sus manos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Guao qué trip!

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