jueves, febrero 03, 2011

Pulpos

Las cosas ya no estaban nada bien entonces, pero creo que los dos aceptamos viajar como una forma de esperanza. Esperando que el viaje nos diera lo que lo cotidiano había exterminado. No soy capaz de determinar que era lo que sucedía. Él seguía siendo el mismo, yo era más o menos la misma, pero lo que al principio fue ebullición se había ido convirtiendo en algo bastante insulso. Yo estaba triste, pero metida en una forma de tristeza indefinida, una tristeza aceptada. Creo que la comparación con el agua es buena. Al principio todo era como ese agua que rompe a hervir y, siendo los mismos, nos habíamos convertido en agua dentro de una olla olvidada, agua estática. No era ni siquiera una botella dentro de una nevera. No, era como esos vasos de agua que te dejas en la mesa del salón antes de irte a dormir y cuando te levantas ves el vaso con el agua estática, tan poco apetecible. Así que el viaje tenía algo de remover las aguas, ver si había posibilidades de arrancarnos de ese estancamiento. En el avión nos llegamos a coger la mano, yo me puse los auriculares para ver una película que proyectaban y que me resultó muy mala y muy terrible, una comedia romántica con un argumento delirado sobre una pareja que es obligada a vivir juntos para cobrar un premio de lotería que, sin embargo, me hizo llorar. Esas películas reflejan las miserias de una forma terrible, porque las da por aceptadas, casi como bondades, sin esperanza. Las comedias románticas son claustrofóbicas, nos robotizan, nos aniquilan como especie. Antes de aterrizar miré por la ventanilla, el mar sacaba esos brillos deslumbrantes. Llevábamos tres años sin volver al país y los dos sentimos la emoción inocente de la vuelta a casa. En el aeropuerto nos recogió su hermana. Todo el camino fue hablando de lo trágico de la situación del país, de lo desolador y desgarrado del asunto. Su hermana siempre me pareció una cínica, pero había algo en su cara que se había vuelto más cálido, mas amable. Llegamos a su casa, un chalet muy amplio, donde tendríamos una habitación amplia y separada para nosotros. Saludamos a los niños, a su marido y estuvimos charlando agradablemente. Yo creo que el cambio horario me afectó y me sentí muy mareada y me subí a la habitación. Altumbarme en la cama me vino un olor de otra época y esa sensación agradable y desconcertante de estar descansando en un lugar ajeno. Me quedé dormida y soñé con una compañera de trabajo que andaba sumida en un problema que jamás me explicó. Al despertar él estaba a mi lado dormido. Le miré un rato. Me levanté y miré por la ventana que daba al jardín, había una luz tremenda y me agradó estar fuera del invierno tremendo del que veníamos. Bajé y vi a los dos niños viendo la televisión, me sonreí con el doblaje de los dibujos animados. Pasamos un par de días allí y nos fuimos a la playa. La primera noche en la playa nos acostamos tarde, habíamos estado bebiendo en un lugar muy agradable rodeado de palmeras y sintiendo la humedad del trópico. El lugar era un bar algo decadente pero tranquilo cerca del hotel donde estábamos, había poca gente y sonaba música muy suave. Hablamos del libro que él estaba leyendo y me confesó que quizá no lo terminaría, que le estaba produciendo algo de desasosiego, como si la historia estuviera sucediendo todo el rato en la habitación de al lado. Yo quise hablar de nuestra situación pero el dueño del bar se sentó a preguntarnos de donde veníamos y a dar conversación. Nos contó que llevaba años viviendo ahí, que estaba contento y que jamás podría volver a vivir a una ciudad, que esa vida de playa era como vivir sin tiempo. Luego nos contó algo sobre un tipo del pueblo que había trabajado en el hotel donde estábamos nosotros. Que esos días se hablaba mucho de él porque había dicho que en una de las habitaciones había visto a un ministro importante del gobierno haciendo el amor con un chico menor de edad y esnifando pegamento, nadie le creía pero a los pocos días, sin motivo, la policía se lo llevó a la capital de la provincia y no se sabía nada de él. De madrugada volvimos a al hotel, al entrar en la habitación y quitarnos la ropa él hizo un intento de tocarme, pero le vi borracho y me pareció inconveniente, se acostó y se quedó dormido. Me asomé al balcón, se escuchaba música de baile a lo lejos, las percusiones reverberaban de un modo curioso, como repitiéndose por detrás del hotel, de resto se veía poca luz y nada de tráfico, como si el pueblo se hubiera quedado vacío con música sonando para engañar a alguien. Me senté en el suelo del balcón y me quedé dormida, antes del amanecer me desperté y me cambié a la cama, al acostarme noté el olor del alcohol en su piel. El se despertó primero, cuando yo abrí los ojos ya no estaba. Me puse el traje de baño, un vestido y bajé. Le vi en la terraza del hotel con una cerveza y el libro, leía con un gesto extraño, al acercarme me dio un beso y siguió leyendo, pero el beso me pareció enormemente emotivo, el beso más bonito de los últimos tiempos. De repente paró de leer y me dijo que ese libro era terrible, que sentía que lo había escrito alguien que le hubiera estado vigilando toda su vida, y de repente se puso a llorar. Le abracé, le cogí del pelo y sollozaba como un niño pequeño. Por primera vez en meses sentí un deseo tremendo de hacer el amor y se lo dije, me puso una mano en la pierna, pero siguió llorando con la cabeza metida en mi cuello. Llegó el camarero y le pedí un café. Nos miró contrariado. Le di un beso en la frente y le confesé que todo se arreglaría. Al rato cogimos el coche alquilado por una carretera muy estrecha y repleta de curvas buscando un lugar que nos había recomendado su cuñado. El camino era muy incómodo, muchos baches, muchas curvas, la vegetación reventaba en el asfalto y era difícil avanzar. Hora y media después llegamos a un acantilado que se abría desgarradamente al mar. Detuvimos el coche y leyendo la hoja que había escrito su cuñado bajamos el camino indicado. Llegamos a una pequeña playa que no parecía del todo real. Nos pusimos bajo una palmera, el sol era muy fuerte. Sacamos algo de bebida y nos sentamos mirando el agua y la vegetación exagerada alrededor. Apenas nos hablamos en las horas que estuvimos allí. Él se metió al agua y empezó a nadar hasta convertirse en una cabeza a punto de desaparecer, nadaba como si no fuera a volver y en algún momento me pareció preocupante. Durante algunos minutos me desagradó sentirme tan sola en esa playa lejana. El agua llegaba hasta la orilla con desgana, las olas eran casi inapreciables y la quietud a ratos desconcertaba. Nadó mar adentro mucho rato, mucho. Creo que menos del que a mi me pareció. Estaba allí, casi como parte de ese mar increíble, casi como si nunca fuera a volver. Salí de la sombra, me daba miedo el sol tropical en la piel pero pensé que llevaba mucha crema protectora y que un rato no me haría daño. Camine sin orden por la playa rodeada de paredes de piedra y vegetación, de una de las esquinas apareció una pareja joven que por el aspecto parecían extranjeros, ella sonreía y tenía la piel preocupantemente roja, él avanzaba como buscando el camino para volver. Me miraron analíticamente y siguieron por el camino que habíamos bajado nosotros. En ese momento me di cuenta que empezaba a atardecer y miré al mar, me costó unos segundos encontrar su cabeza pero cuando la encontré vi que nadaba, ya, hacia la playa. salió del agua respirando fuerte, cansado y se tumbo en la arena empapado en la orilla, las olas casi invisibles le daban en la pierna. Me acerqué. Jamás había actuado así, pero me puse encima de él para hacerle el amor. El sonrió, estaba empapado, le bajé el traje de baño y le acaricié. Al terminar me metí en el agua, cogí aire y buceé. Abrí los ojos y vi corales, algunos bancos de peces. Aguanté mucho la respiración y salí a coger aire. Lo hice cinco o seis veces. Salí del agua y nos fuimos al coche. Esa noche, en la terraza del hotel, bebiendo decidimos divorciarnos. A los días volvimos donde su hermana. No le comunicamos nada. El día que nos llevó al aeropuerto, dijo que estaba preocupada con el niño pequeño, que hacía dibujos de pulpos y que apenas hablaba, él la miró y le dijo que quizá fuera artista, a ella el análisis le molestó. Nos despedimos y nos montamos en el avión. En el despegue puse la cabeza contra el cristal, me quedé dormida viendo el mar y los reflejos del sol contra el agua.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Son realidades que no se pueden catalogar de tristes o no. Simplemente la vida tiene episodios así, grises, casi lánguidos.

CL

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