viernes, noviembre 19, 2010

Las decisiones de un turista

¿Dónde carajo empezó el viaje? ¿En el momento que lo decidimos, mientras hacíamos las maletas, en el taxi al aeropuerto, en el avión? ¿Dónde le ponemos principio? porque el final ya sabemos donde marcarlo. Son decisiones que te van empujando. De algún modo, de eso se trata la vida, de ir decidiendo constantemente para plantarte donde sea que estés ahora mismo plantado. Juego, si. Casillas de tablero, partida de ajedrez. Las metáforas vales todas. A mi siempre me gustó la metáfora de las carreteras. Si lo piensas por encima, todas las carreteras de un continente están unidas, la ruta la decides tú. Si salieras de casa y girarás a la izquierda podrías terminar, si tu quisieras, en una carretera en medio de Polonia, pero al final siempre decides ir por calles que conoces, a esquinas donde ya has quedado. Al final tu decides que salidas tomar en cada parte de la carretera. Por eso me gusta esa metáfora, también la del tablero, pero en cualquier caso son decisiones, unas detrás de otras, un montón de ellas a cada segundo. Así que pensar donde empezó el viaje es difícil porque podría haber empezado el día que nacimos, o antes, ¿Por qué quién decidió que naciéramos? ¿Lo eligieron en ese coito tus padres? ¿Fue casual? ¿Accidente?¿Quién decidió que nacieran sus padres? ¿Quién? ASí que visto así, es difícil colocar el punto de arranque. El viaje sucedió y quizá lo decidió un tipejo bajo un árbol hace cinco mil años. Lo prefiguró abstractamente, como una especie de ensoñación incomprensible, una sensación difusa, mientras rascaba con una piedra en la corteza de ese árbol. Quizá nos fuimos más que un juego de ese tipejo fugaz, aniquilado de la estela humana por la arena del tiempo. Quizá trazó una línea caótica en la corteza de ese árbol y ahí, ahí ya estaba marcado que tu y yo cogeríamos ese avión y que llegaríamos a Caracas. Ahora da igual. Aterrizamos en Caracas, con su humedad de golpe que te abofetea según bajas del avión. Un puñetazo de una sensación desconcertante porque nosotros llegábamos del invierno, y en el aeropuerto habíamos dejado nieve y temperaturas bajo cero. El resto fueron trámites de viajero. Un taxi que te sube a la ciudad. La conversación amable con el conductor que te habla de política y de beisbol. Y ese hotel que nos daba una vista feroz de una ciudad salvaje. Luces como un cosmos. Eso es esa ciudad de noche: la metáfora del universo. Yo me quedé hipnotizado mirando la ventana mientras se hizo de noche. Lo mejor es llegar a una ciudad cuando está anocheciendo, porque así la entiendes menos y es más lejana y te sientes más ajeno y así el viaje es más consistente, más real. Da igual, fue ahí que pensé que me bajaba a la calle a pasear de noche. Cogí el ascensor sin decirte nada. Crucé el hall saludando. EL recepcionista creo que me quiso avisar pero se contuvo. Yo salí a caminar de noche por Caracas. Un turista desconocido paseando largamente por Parque central de noche. Y fui decidiendo rutas al azar, por seguir con posibles metáforas. Crucé esquinas hasta que vinieron dos tipos de frente y se acabó. Me quedé tendido en una acera de Caracas sin zapatos, sin cartera, ni reloj. Así estaba trazado en la corteza de un árbol hace cinco mil años o después, o antes, pero eso ahora, ya me da bastante igual.

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