jueves, noviembre 04, 2010

Dos siglos

Entré en casa hace dos siglos. No he vuelto a salir. La última vez que crucé esa puerta venía huyendo, venía corriendo. Abrí a toda prisa, asustado. Crucé y cerré la puerta de un golpe, pasé la llave, bajé las persianas, apagué todas las luces y me quedé en silencio. Suspiré unas cuantas veces, me senté. El miedo fue disminuyendo, se fue instalando en mi una leve seguridad. Afuera, a ratos, escuchaba sonidos, ruidos que no quise interpretar. Cuanto más tiempo pasaba más tranquilo me sentía, mas seguro estaba. A veces, cerraba los ojos. Imaginaba cualquier tipo de espacio. Inicialmente veía agua, orillas, espacios que se extendían en agua. Lugares apacibles. Luego fui viendo sitios menos concretos, siempre muy abiertos, muy extendidos. Finalmente desaparecieron geografías, sólo veía no límites. Allí me instalé mentalmente. Fue pasando el tiempo, los primeros años. No noté ninguna ausencia. Estaba bien a solas, a oscuras, en silencio. Estaba cómodo en esos no espacios ilimitados. Ignoré, entonces, en todos los sentidos, lo que sucedía al otro lado de la puerta, de las ventanas, más allá de las paredes de mi casa. Pasó el tiempo, pero ignoré también ese paso del tiempo, porque ignoré todo aquello que sucedía, lo físico, lo concreto e incluso lo abstracto. Me instalé en una delicada nada. No tiempo, no espacio, no cuerpo. Durante años habité en esa quietud, en esa transparencia. Olvidé mis formas, mis pensamientos, me olvidé de todo. Siglos, si. Dos siglos. Dos siglos ausente incluso de mi mismo, logré deshacerme de todo, sólo una cosa quedó instalada, la única, la potente. Sólo eso siguió allí, inmóvil, estático, insuperable. Dos siglos junto a ese vacío, superponiéndose a lo que fui, al tiempo, al espacio. Dos siglos y no hubo manera. Entonces, hoy,finalmente me puse en píe y volví, abrí la puerta, caminé por la calle. No reconocí nada. Evidentemente, ella ya estaba muerta.

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