martes, noviembre 16, 2010

Conductor temporal

Primero fui taxista. Taxista sin taxi propio, que somos un tipo de taxistas distintos, subempleados de taxistas, lo cual complica las cosas. Para ser taxista hay que ser distinto, de otra forma. La ciudad se concibe de otra manera, porque la ciudad, cada calle, cada avenida, son tu oficina, el lugar donde sacas alimento. Y yo no aguanté eso. Estuvo un tiempo. Haces muchos kilómetros al día, también piensas mucho. Pero piensas de un modo extraño, del mismo modo que avanzan los números en el cuentakilómetros. Como si la cabeza pensara por si sola, en una suma de reflexiones que su único valor son amontonarse numéricamente. Haces rutas, llevas gente, los analizas superficialmente a través del retrovisor. Fichas que se desplazan, tablero que ha perdido las reglas. El problema es que la gente no se encuentra porque se buscan equivocadamente. Hay un problema que no se identificar, pero hay algo de eso, de juego desordenado, como si una partida hubiera sido agitada y las fichas se hubieran colocado mal, en casillas erróneas. Pero lo dejé, dejé el taxi. Logré entrar en el metro. Conductor de metro. Tu me dirás que es un trabajo raro, claustrofóbico. Todos lo dicen. Siempre que digo lo que soy, todos usan esa palabra. Yo no lo veo así. Yo lo veo como viajes en el tiempo. Nadie me creería, pero un conductor de metro maneja el tiempo, lo domina. Domina el destino de la ciudad, es suyo. Esos vagones llenos de gente que va, que viene, que se cruzan entre sí, que se miran, que se rozan. Gobernado por mi, por mi forma de dirigirlo. Y lo hago, claro que he jugado con ello. Alguna vez me he detenido en mitad de un túnel, uno rato, unos segundos. En seguida se comunican de la central contigo, te preguntan que si pasa algo, que si ha sucedido algo con el convoy. Argumento algún fallo suave, solucionable, pero ya ahí, en esos segundos, quizá en ese minuto he revolucionado todo el destino de los habitantes de la ciudad. La gente que va en mi tren llegará más tarde, se cruzarán ya, segundos después, con otro destino. En la estación siguiente se acumulará más gente en el andén que quizá no se cruzaría. Todo ha cambiado. Pero hay otras formas de tiempo bajo tierra, entre los túneles. En el metro el tiempo se sucede de un modo distinto y yo lo fuerzo. Esa sensación de alargamiento entre estaciones que resultan que están más cerca es real, pero a veces yo disminuyo la velocidad para potenciarla. No te has preguntado nunca en el metro como es posible que sólo hayan pasado dos minutos entre esta estación y la anterior. Tu has leído un buen trozo del libro que llevas o has pensando en tantas cosas y sólo una estación. Miras creyendo que estás más cerca de tu destino, pero no, el metro a veces se sumerge en un viaje y yo lo certifico. Ahí abajo todo es más lento o no más lento, mas dentro. Eso es, se está más dentro del tiempo, cómo si se bucease en el reloj, como si se viajara por dentro de él. Me gusta llevar el metro, ser el primero que ve el túnel, avanzar hacia la estación final, hacia el fin de trayecto, que finalmente es el destino de todos.

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