jueves, noviembre 25, 2010

Ciudades fantasma, calles fantasma y fantasmas

Hay determinados lugares en toda ciudad que de cierta forma no pertenecen a esa ciudad. Hay calles que uno conoce de repente, en una esquina hacia el noreste de la amplia urbe, y comprende que en toda ciudad siempre se cuelan calles lejanas de otras ciudades más lejanas aún. Cuantas veces no pasa que se está en una calle y uno sabe que incomprensiblemente se ha salido de la ciudad y se está en otra. A mi me ha pasado en la ciudad en la que vivo, algunas veces. Caminas, levantas la vista y parece que ha cambiado hasta la forma de la luz, hasta el ambiente que transpira, inevitable, toda ciudad y se piensa de golpe, como un puñetazo sensorial:"esta calle no parece de aquí, parece de allí" de una ciudad inexistente, ubicada en el medio de la nada. Pasa, muchas veces pasa. También pasa con algunos locales, sobre todo determinados bares y pasa o me pasó en uno muy concreto, alejado del centro, en una avenida poco transitada, por que si hay algo más desolador que una calle de noche poco transitada es una avenida de noche sin gente, sin tráfico, sólo con farolas que no alumbran a nadie, sólo al asfalto, que es una forma desconcertante de tiempo. Allí, incrustado en un bajo de un edificio triste entré una noche en un pub, un pub de otro tiempo, de esos que había en otra época con sillones de sky negro o rojo, media luz, música incomprensible, de esa de hilo musical, baladas para un mundo venido a menos. El hilo musical es el apocalipsis, el principio del fin. Allí, en esos sitios amargados, donde cumpliendo el cliché, acude el jefe con la secretaria, como la intro de una pésima película porno, en un sitio de un ocio terrible, casi demencial, me encontré con Paul Wilson Dominguez. Paul Wilson, me saluda sin venir a cuento y yo contesto porque a determinadas horas uno contesta el saludo hasta al inventor del hilo musical o el que le dio por pensar en versiones de temas populares orquestados torpemente con cuerdas. Entonces Paul me dice:

.- Yo a lo que de verdad temo no son a los muertos que aparecen o que uno sospecha que aparecen, yo a los que temo son a los otros, de los que nadie más habla. Usted imagínese amigo, ¿que es de la vida de esos muertos de hace doscientos o trescientos años? un muerto más, uno sumado a otro, ignorado por los siglos, aplastado por meses y meses, por el paso del tiempo, anulado su paso por esta tierra. A esos es a los que temo yo. De los que no se sabe nada. A mi se me aparecen algunos, como a todos. Yo he visto muertos de todo tipo, pero esos, esos que no están más, eso si aterra, amigo. Eso es terrible.

.- No se. Da igual. Si no aparecen que mas da.

.- Ese es el problema. No aparecen. Lo bueno es aparecer, pero vivir una vida intrascedente y luego ser polvo cósmico, eso es terrible, viejo. Eso es la insignificancia absoluta. Mi meta, mi única meta, es ser una aparición. La vida, para mi, no es más que la oposición para ser, por llamarlo de algún modo, fantasma. A mi esta tramite, la vida, me interesa más bien poco o lo que me interesa es conseguir las facultades y las virtudes para ser un buen fantasma en el futuro. Eso, amigo mío, eso si que es pensar a largo plazo. Vive una vida miserable y garantízate una vida futura. ¿De qué sirve ser aquí? Esto es fugaz, compadre. Esto es un instante, una eyaculación de la eternidad. Yo quiero ser fantasma.

.- Y lo logrará, amigo. Lo logrará- dije borracho y azotado por una forma desconocida de felicidad.

Aquella noche pasó a otra cosa. Esos bares, esas calles de ciudades infinitamente lejanas aparecen esporádicamente en la ciudad. Lo que no es esporádico en mi vida es lo otro, la aparición constante, molesta y terrible en mi cama del fantasma de Paul. Lo afirmo: Paul Wilson Dominguez logró su cometido en la vida. Ser una presencia. Al menos en mi vida.

.- ¿Verdad, Paul?

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