domingo, agosto 01, 2010

Playa

Azul intenso, por supuesto verdes, siempre hay verdes. La variación lumínica ha sido poderosa y aunque lenta, también veloz; es tan subjetivo, tan relativo el paso del tiempo, que el amanecer se puede mover, sin incoherencias en ambos extremos de la velocidad. Apenas había nadie en la playa, un perro ha pasado por la orilla de una forma bastante liberada y aunque desde la niñez les temo, he sabido valorar el valor del espacio abierto para el pobre animal, ese manejo torpe de tanto espacio y tan pocas ataduras, me ha parecido una metáfora bastante exacta de muchas de las vidas que conozco, que me rodean. Me he metido en el mar, profundo, pausado, ligero, vacío, gigante, amable y terrible y he sentido una forma bastante abstracta de felicidad, he metido la cabeza y he cerrado los ojos, el tiempo bajo el agua ha sido eterno, creo que he estado una vida escuchando ese casi silencio acuático y he salido a flote de nuevo, he braceado, me he dejado trasladar por la marea invisible, he mirado a lo lejos y tras la bruma, tras las formas visibles de la humedad he intuido el otro continente, allí empieza Africa, tan cerca, tan lejos. ¿Cómo es posible? Me he preguntado. ¿Cómo es posible todo esto que es tan abismal, tan tremendo? El agua, la luz variando en el veloz y lento amanecer, las formas de la tierra, el perro liberado y su dueño apareciendo tras el final de la playa. En esta imagen siento una ilustración de todas las imágenes, un reflejo universal del todo. Esta mañana, al amanecer, la playa, a su modo, ha sido una forma de Aleph; y he vuelto a nadar y a sentir esa leve y amable sensación de esporádica felicidad.

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