martes, agosto 10, 2010

Slow motion

Yo inventé el slow motion. No técnicamente, pero a mi, lo de las repeticiones deportivas en cámara super lenta ya se me había ocurrido hace años, bastantes años atrás. Ahora si, ahora es común verlo. Ese golpeo de balón preciso que viaja ante la mirada atenta del defensa y sobrevolando con hermosura hacia la red de la portería. Esos detalles precisos del momento del gol. La cara del delantero, el hinchamiento de su rostro en el momento del golpeo, el abombamiento del balón, incluso el movimiento atractivo del pelo del jugador sucediendo lentamente, en muchos segundos. Ahora lo vemos, muchas veces, pero yo, yo ya las había realizado tantos años antes. Cada verano estaba repleto de magistrales imágenes que sucedían lentamente. Siempre lo hacía. Me lanzaba a la piscina y bajo el agua, aguantando la respiración, ejecutaba en el suelo, sobre las baldosas, grandes y espectaculares jugadas, eso si, sin balón. Allí pasaba segundos, moviendo mis piernas lentamente, realizando grandes y lentísimos remates. Giraba la rodilla, la iba elevando, despegaba el otro pie del suelo de la piscina y remataba muy lentamente un balón invisible. Esas eran repeticiones de grandes jugadas. Mi slow motion particular. Hice tantas jugadas, ejecuté tantos movimientos que me convertí en un maestro precursor de las repeticiones slow motion. Pasaba horas así. Ascendía, cogía aire y volvía a ese suelo. Imaginaba un balón venir y comenzaba una nueva repetición. Voleas, medias voleas, chilenas, remates de cabeza, regates imposibles, malabarismo futbolístico bajo el agua a velocidad hiperlenta. Ahora parece lo común, pero era en aquel momento las únicas repeticiones Slow motion a las que tenía acceso. Yo me las guisaba, yo me las comía. Fui Hugo Sánchez, Maradona, Zico y Pele. Jugué muchos mundiales lentos, hidromundiales de futbol, y me convertí en un maestro haciendo piruetas. El último verano fue así, bajaba a la piscina todo el día. Me lanzaba al agua, cogía aire y comenzaba el espectáculo. Subía, cogía más aire y vuelta a empezar. Giros imposibles a velocidades irreales. Puro Slow motion en directo. Repetí jugadas. Así hasta mi última obra, mi gran repetición. Era lenta, larga, el balón venía a lo lejos, lo paraba magistralmente, lo dejaba en el suelo, regateaba a Franco Baresi, me deslizaba hacia adelante, un globo me servía para regatear a otro defensa invisible, paradiña y nuevo regate. Todo era lento, tan lento. Seguía avanzando, el campo entero ante mi, podía ser cualquier estadio, cualquier final, cualquier título, pero estaba haciendo la mejor jugada Slow motion de la historia. Avanzaba entre regates y malabares hacia la portería, así seguí, un minuto, dos minutos y lo olvidé, olvidé parar, disparar a gol a tiempo, no cogí aire, no subí, seguí avanzando a gol lenta, muy lentamente y no recordé, no lo detuve todo para salir y respirar y terminó todo. Así morí. Ahora si, ahora todos ven esas repeticiones lentas, el famoso Slow motion, pero yo fui el primero, su precursor, la primera víctima del Slow motion.

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