miércoles, agosto 25, 2010

Doris

A mi me gustaba Doris como le gusta una muchacha a un tipejo de dieciocho años, por sus piernas prolongadas, por su aire de ligera superioridad, por que Doris era una explosión y algo antipática y por esa manera de llevar la minifalda que anunciaba el abismo del delirio, una especie de fin del universo. Todo cambiaba en Doris, todo empezaba de nuevo o se cerraba, porque cada vez que la veía pasar se cerraba de nuevo una posibilidad, una, lejana, inalcanzable, pero se cerraba para siempre. Doris, la hermosa e infranqueable Doris Open. La chica inglesa del barrio. A mi me gustaba Doris, pero también le gustaba a doscientos setenta tipos más. Con Doris pasaba lo de siempre, que se abrían a cada rato leyendas, historias. Que si Doris se acostaba con tipos de treinta, que si Doris era lesbiana, que si Doris no era inglesa sino que era extraterrestre. Que si Doris era ninfómana. Me daba igual, yo amaba a Doris con el mismo silencio invisible que una brisa que atraviesa una ventana y golpea una puerta. O esa era mi metáfora, ser esa brisa que termina golpeando la puerta, empujando lentamente, arrastrandola hasta cerrarla suavemente. Además en esa época yo quería ser novelista, acababa de leer algunos libros y creí que lo mejor para mi sería escribir y no me retuve a la hora de escribir poemas. Poemas a Doris. Incluso, la tarde terrible que alguien contó que Doris era ninfómana, escribí mi primer y único cuento breve. Llegué a casa, abatido, molesto, enrabietado. Imaginándome a Doris con uno, con otro, con otro más, en periodos de tres minutos durante quince o dieciséis horas al día. Me senté y escribí:

Ninfómana:
Doris Open siempre está abierta

Luego aquel cuento lo tiré a la basura y supongo que me masturbé y supongo que fui creciendo y la atracción hacia Doris fue diluyéndose o decididamente hay un momento que te resignas y aceptas que Doris no, que Doris Open se cierra definitivamente y te buscas una novia con la que no hablas mucho pero no te llevas mal y luego te vas del barrio y cambias de amigos y la vida te va abriendo y cerrando otras puertas, otras posibilidades.

Ayer vi a Doris, iba a casa de su madre yo iba a ver a mi padre. Nos vimos en la puerta del supermercado, ella salía yo entraba, la saludé. Hablamos rápido, un hijo en una mano, una bolsa con una compra rápida en la otra. La puerta del supermercado se abría sola, una y otra vez, pisadas que activan un mecanismo que me sigue resultando inexplicable y que hace que la puerta se abra invisible una y otra vez. Doris fue simpática pero sin extenderse, seguramente no le agraden las nostalgías o quizá ni siquiera las tenga. Me quedé quieto cuando Doris pisó el suelo, la puerta se abrió de par en par y la vi irse;, a Doris menos brillante, pero dueña de otro atractivo, la puerta se cerró durante un rato nadie pisó, nadie activo ese mecanismo imposible de las puertas que se abren solas, como si adivinarán las intenciones de cada uno de los que pasa.

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