jueves, agosto 19, 2010

Un haz de luz como otro cualquiera

Generalmente nadie la ve y sólo algunos la aprecian, la perciben o yo se la muestro. Tengo una luz, una luz que crece e ilumina mi habitación por las noches, cuando estoy a solas. Es preciosa mi luz. En las largas noches de insomnio la veo, se proyecta sobre las paredes blancas, atravesando la sábana. Sale de mi, de un lugar no preciso de mi cuerpo. Se proyecta en la habitación a oscuras gobernada en ese momento por la noche, sale y le da ese halo increíble a todo, a las puertas de los armarios, a la ropa colgada en la silla al lado de la ventana, al techo donde nunca transcurre nada. Viví siempre con mi luz, la fui descubriendo con los años. La oculté tanto tiempo del todo, a nadie la mostré. Luego fui descubriendo que a mis amantes les agradaba ver mi luz, cuando llegábamos a mi casa, a mi reino. En la madrugada emergía mi luz y ellas inicialmente no entendían y yo sólo las dejaba fascinarse ante la proyección, ante el acontecimiento. Ahí estaba mi tesoro, incluso mi poder. La luz que atravesaba, como tantas veces, las sábanas donde hacía minutos nos habíamos revuelto como posesos y yo dejaba el espectáculo suceder. No hablaba, no explicaba; dejaba la luz iluminar la oscuridad de la noche para los dos. Luego amanecía y ellas querían repetir, la noche siguiente querían verla de nuevo y yo me negaba, las esquivaba para siempre, porque me impuse que nadie viera mi luz más de una vez. Era mi luz, esa proyección fascinante. Con los años mi relación con ese efecto, con esa virtud, fue siendo más huraña. Mi luz me hacía diferente a los demás pero algo me hacía sospechar que compartir esa luz, esa gracia, diluiría su efecto. Debía, debo, mantener mi luz bajo llave, para mi. Entregarla en una única proyección. No hay derecho a más. Nadie en el mundo entero tiene el derecho de verla más de una vez. Me pertenece, es mi motivo, mi empuje, mi motor, es lo que me hace diferente. Nadie la diluirá, esa es mi guerra, esa es mi batalla. Nadie disminuirá su efecto. De ello me cuido, de ello me protejo. Nadie hará disminuir su enorme magnetismo. Es mi luz, nada más. Nadie hará sombras.

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