miércoles, mayo 20, 2009

La cueva

Quedé con Juana, llegó cuarenta minutos tarde. En ese rato, que a mi se me hizo gigante, pensé en muchas cosas, pero entre otras pensé en el sonido que hacen las tuberías cuando un vecino abre el grifo bien para ducharse o bien para lavar el plato que acaba de usar para cenar. Pensé en muchas cosas mas, en mi manía, porque es una manía, de llegar siempre puntual a los sitios, en unos acordes, en un trazo imposible y en unos cuantos personajes de mi vida. Juana llegó por la esquina de arriba, por donde no creí que fuera a aparecer. Venía fumando un canuto de Marihuana y a un paso extraño, porque Juana no camina lento. Si se la observa detenidamente es posible que concluyas que su ritmo es lento pero la impresión, la sensación que deja su paso es que no va lento, quizá mueve mucho las manos al andar y sus zancadas parecen rápidas, pero son muy cortas y eso otorga una sensación irreal de velocidad a su paso. Llegó hasta dónde yo la esperaba. Juana jamás saluda. Dice siempre una frase sobre algo que le acaba de ocurrir y esa frase sustituye el saludo habitual. Esta vez contó que acababa de ver a una mujer desmayada en un semáforo. Por supuesto nunca pide disculpas por su retraso, seguramente no tiene conciencia de ese asunto. Me ofreció un poco de su porro, pero no acepté, nunca acepto. Juana fuma compulsívamente marihuana, en cantidades incalculables. Ella fuma marihuana como un fumador empedernido fuma tabaco. Empezamos a caminar dirección La cueva, que era un bar o algo parecido a un bar donde Juana trabajaba de DJ. La cueva no era exactamente un bar, tampoco una cueva, era un lugar insólito. La Cueva era el sótano de un edificio muy elegante del centro. Ese edificio pertenecía a un tipo podrido en billete que entre otras cosas era melómano desquiciado y de tan exagerado, su criterio era inabarcable, casi infinito. Su melomanía era tal que en el sótano del edificio había creado un bar, una especie de discoteca en el que una vez a la semana invitaba a gente diversa a tomarse algo y escuchar novedades musicales. Juana vivía de eso. Durante la semana indagaba y buscaba novedades musicales, discos nuevos, grupos nuevos, tendencias nueva para ir una vez a la semana, ponerse en una cabina de DJ impresionante que había construida en La cueva y estaba durante cinco o seis horas poniendo música para el excéntrico personaje y un variado grupo de gente no necesariamente amiga de este. Llegamos al edificio, nos abrió alguien del servicio. Bajamos al sótano. Juana tenía llaves. Encendió las luces, encendió la cabina y comenzó a preparar la sesión de esa noche. Miró el reloj y dijo que en breve comenzaría a llegar gente. Se encendió otro porro y nos sentamos en unos sofás que había debajo de la cabina. Juana había soltado un disco de un grupo que le gustaba mucho y del que no retuve el nombre. Me quedé callado oliendo el agradable olor de la marihuana. Aparecieron dos camareros, encendieron unas neveras y nos preguntaron si queríamos algo. Yo pedí una cerveza. En seguida apareció el dueño. Saludó a Juana con mucha simpatía y a mi me reconoció de la vez anterior. Apareció un primer grupo de gente y Juana y yo nos metimos en la cabina. La idea era que los primeros discos que iba poniendo Juana hasta que hubiese mucha gente, fueran cosas antiguas, para que nadie se perdiera las novedades. Fue apareciendo mas gente. Niñas pijas, niños modernos, un amasijo amplio de especímenes urbanos. Algún actor de moda y un afamado director de cine. Juana comenzó con la sección novedades. En general, la idea es que los invitados prestaran atención a la música y al final preguntaran y comentaran que cosa les habían gustado mas. Era extraño, pero cuando Juana pinchaba lograba estar mas concentrada que nunca, había un atención que luego jamás había en ninguna otra faceta de su vida. AL cabo del rato pensé que me gustaría acostarme con Juana, pero jamás sucedería. Miré mucho rato fuera. Me quedé mirando primero al director de cine, luego a una actriz que reconocí de una película que no me gustó, luego miré a una tipa que se desplazaba entre dos grupos de gente y finalmente miré mucho rato al dueño de todo eso. Finalmente miré las manos de Juana que iban seleccionando discos, intercambiando unos sobre otros, subiendo faders, ajustando equalizaciones. A cada canción Juana me decía un adjetivo introductorio: "Esta canción es cristalina", "esta es porosa" ," Muy azulada". Bebí otra cerveza, escuché mas música. Pensé que el destino de un disco es impredecible, que una canción es un extracto de un sentimiento inconcluso, que aquel lugar tenía algo de delirio y que las manos de Juana eran el gobierno de un lugar improbable. LA miré y le dije:

.- Juana, es imposible, pero me encantaría acostarme contigo. Vivir contigo. Se que no te aguantaría, pero eso es lo que siento. Ajeno a cualquier razón. Creo que es un tus manos, incluso en tus tiempos, pero..

Juana no dijo nada, cambió de disco y dijo: "Esta es prosa elaborada" y yo comprendí que jamás volvería a la Cueva.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tiene un tono tan oscuro esta historia...como de vidas pesadas, densas. Tengo una amiga que se llama así, y nunca se hace llamar por su nombre. De hecho, nadie conoce su nombre, y es que realmente no le pega. La primera vez que me lo confesó le recomendé que se hiciera llamar por su segundo nombre, si tenía, pero resultó ser tan terri o peor que el primero, así que se quedó con su sobrenombre, que me parece el más cool del mundo.


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