domingo, mayo 24, 2009

Cúlpese a Andrew Bird

Nadie podría haber prefigurado el final, nadie podría haberlo supuesto, ni imaginado, ni sospechado. Yo estaba entregado a aquella relación, convencido de su fuerza extraterrenal, de su poder emocional. Sentía que con ella era todo compatible, armónico, acompasado. Ella era el silbido, yo el violín, ella la voz profunda y suave, yo el arpegio de guitarra. LA metáfora no es casual. Si en algo convivíamos era en la música. Si en algo nos fusionábamos mas allá del sexo, si en algo intercambiábamos nuestras formas era en determinadas canciones, en discos concretos y así apareció Noble Beast en nuestras vidas y así apareció nuestra pasión por Andrew Bird y ese disco bestialmente noble. Ella adoraba aquellos silbidos, decía que mas que pájaros a ella la llevaban a formas imprecisas de las nubes de algunas tardes de verano y que en esas nubes, como cuando era pequeña, veía personas y personajes y que ahí se construían historias que luego jamás recordaba. "Las nubes son como los sueños. Las miras, ves algo que no se ve, pasan, cuentan algo imposible y luego se olvida porque ese argumento es imposible de recordar" decía mientras sonaba el bueno de Andrew por toda la casa y silbábamos juntos, no siempre con precisión, las mismas melodías que proponían aquellas canciones fantásticas. Así era y así fue aquella mañana de domingo que cogí el iPod, ese invento mastodóntico. Ella estaba escuchando un disco a través del equipo del salón que ahora no recuerdo, yo me puse las zapatillas para correr, me puse el iPod en el brazo y estiré. Buscaba un disco para escuchar en el trayecto deportivo y un complejo entramado mental me llevó a seleccionar aquel disco Noble Beast de Andrew Bird. Ella me preguntó que solía escuchar mientras corría y le contesté que disco acababa de seleccionar. Ella sonrió y me dijo:

.- Está bien. Espera. Arranquemos el disco a la vez. Así mientras tu avanzas y avanza el disco yo estoy aquí en casa oyendo la misma canción, a la vez, en paralelo. .

Sonreí. Esperé. Nos miramos, contamos hasta tres a la vez y le dimos al play. Comprobé: la diferencia entre el disco y mi iPod no alcanzaba una corchea. Abrí la puerta y salí disparado a la ciudad. recorrí calles casi al azar, sonriendo pensando que mientras a mi me sonaba Masterswarm, en casa sonaba Masterswarm, en el mismo acorde, casi en el mismo instante. Mienras aumentaba la fatiga, la presión muscular, mientras giraba en una esquina y las pulsaciones iban aumentando y la sudoración crecía y sonaba Nomenclature, ella tarareaba o silbaba Nomenclature. Inspiración, trote, una sensación suave de dolor en la rodilla, Not a robot, but a ghost también sonaba en el salón. Sonó Anonanimal, giré a seis manzanas de casa. Esa canción que tanto le gustaba a ella. pasaban los minutos cuando comenzó Souverian y ya casi llegaba a casa. Sonaba el violín prodigioso ese primer estribillo que tanto emociona. El portal, las escaleras y esa entrada al segundo estribillo que nunca entra. Sube el timbal, la intensidad del DO en la guitarra, sube el violín y en el momento que parece que va a entrar todo se detiene unos segundos y jamás entra el estribillo, justo ahí abrí la puerta, justo ahí cuando ya entra ese cambio suave, muy suave y la canción cambia de tono, casi de dimensión entonces me quite los auriculares y no comprendí, ella aún estaba dos canciones por detrás, en Natural Disater. Sonreí y aguantando una sensación extraá de engaño, pregunté que canción había repetido para ir tan detrás, a dos canciones de mí.

.- No, no he repetido ninguna. He ido en orden.

Miré mi iPod, me puse de nuevo el auricular. No comprendí o si comprendí. Lo comprendí todo. Aquella tarde hice mis maletas, recogí mis discos y algunos detalles. Hablamos tres o cuatro veces mas para afinar algunos gastos, un dinero que la debía. Las cosas, trágicamente, tenían que ser así.

No la volví a ver. Rehice mi vida. Conocía la que hoy es mi mujer. Tuve dos hijos, el primero se llama Andrés, curiosamente, desde bien pequeño, en el colegio le llaman el Pájaro. Tiene un don: Silba como nadie

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