martes, enero 22, 2008

Tarde en la tierra

Estuvimos sentados toda la tarde al lado de la carretera, justo al lado del rio. Vimos pasar los coches, a ratos los contabamos o haciamos estadisticas de que marca era la que mas coches vendía. Se fue haciendo de noche y veiamos la luz del atardecer tiñendose despacio, jugueteando con una gama de colores pasteles que usados en otro contesto resultarían muy cursis y casi empalagosos, pero que en aquel atardecer nos generaba una sensación de calma y sosiego muy agradable. Se iba haciendo de noche y había que volver, aunque yo hubiera deseado no volver a casa, quedarnos ahí tirados en la yerba viendo pasar los coches por la carretera y sintiendo que nada más, excepto eso, importaba. Alguien silbó, y en seguida todos silbamos y comenzamos a caminar de vuelta a casa y mientras silbabamos y dejabamos atrás el rio comentamos que lo que habría que hacer sería un grupo de silbadores, eliminar los instrumentos y simplemente silbar crear canciones compuestas por diferentes melodias y acompañamientos de silbidos, y aquello me parecía una gran idea, silbar colectivamente y llegué a casa, entré saludé y me metí en la habitación del fondo. Y estuve silbando un rato mientras miraba por la ventana. Era de noche y se veian las luces del pueblo amontonadas, evitando la oscuridad del mundo, del cosmos y silbé y sin darme cuenta volví a pensar en ella. Traté de no pensar en ella, lo intenté. SIlbé con intensidad pero ahí seguía y entonces pensé en otras cosas, me forzé en pensar otras cosas, el partido que habíamos perdido dos dias antes, el gol que fallé en los últimos minutos, pero no se iba, estaba ahí, así que me entregué y pensé en la forma que el pelo tomaba cuando pasaba por su oreja, en la curvatura de su barbilla, en el tamaño de sus pestañas o el grosor de sus cejas, pensé en ella y miré por la ventana las luces del pueblo y volví a silbar e imaginé que de algún modo, aunque inaudible, el silbido llegaba hasta ella, mínimo casi inexistente, pero llegaría, donde quiera que estuviese, que ese aire que mis labios movían se expandía y viajaba hasta lo inaudible, pero siempre existiendo, por minimamente que fuera, y la melodía que inventaba mientras silbaba la llamé "El silbido de Raquel" pero nunca mas la recordé, en el momento me pareció una melodía hermosa y compleja, pero la olvidé, como siempre pasa. Estuve un rato así, silbando en la ventana y al final me acosté y pensé que por ahí andaría viajando el silbido y que con suerte, aunque imperceptiblemente, ese aire que era mi silbido estaría llegando hasta Raquel y estaría moviendo la forma de su pelo cuando gira al borde de su oreja y me fui quedando dormido

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