viernes, mayo 25, 2012

El perdón

 Aturdido, confuso pensó que hay una gran marea ética, un gran terremoto moral en el que confundimos muchas cosas: el perdón, la confesión, lo bueno, lo malo, lo permitido, lo correcto, lo honesto, el egoismo. Pensó, como un hilo dictado, un pensamiento que siempre había estado ahí y que no había tenido continuación o forma precisa, que muchas de nuestras maneras de actuar están legitimizadas por un casi inevitable sentido católico de la vida que llevamos tatuado en la sangre. La memoria genética. La confesión, ese perdón fugaz y liviano de la confesión, abre las puertas, aligera las cosas y livianiza la culpa, ese sentimiento tan desconcertante y difuso, tan ambiguo y artificial. Así, siguió dictándose, casi como leído, que tantas veces nos confesamos al otro esperando que nos conceda, subterraneamente, el perdón. La reflexión se ausenta en busca de ese perdón que nos elimina la posibilidad de asumir nuestro pasado. No miramos, hemos sido perdonados bajo nuestra confesión: ese perdón es barato, la simple narración de lo acontecido nos otorga ese perdón que modificará amablemente ese lugar inaccesible e hipersensible al engaño: el pasado. Ya no necesitamos ser objetivos y asumir que las consecuencias de nuestras actitudes son causa y efecto, ya no necesitamos asumir y reflexionar y tratar de comprender y objetivizar nuestro comportamiento. Ya tenemos el perdón, pasaporte a la desmemoria y la alteración de la realidad, ya tenemos el arma definitiva para modificar y ficcionar. Ya podemos reescribir porque hemos sido perdonados. Luego se prendió un cigarro, casi como un alivio, casi como si en el cigarro se sucediera la verdadera respiración, y la otra, la respiración ajena al humo y al alquitrán fueran una lenta asfixia. Trata de desmenuzar cada una de las capas con conforman esa sensación total. Un terremoto, un volcán interno que desmorona y dispara frases e imágenes, prefigura y confabula. Adivina el desengaño, adivina la lucidez de lo que vio con anticipación y se confirma años después, adivina el recelo, la ira, adivina la frustración, el golpe, adivina el recelo, la desconfianza afirmada, adivina la rabia, algunos gramos de perturbación, y finalmente sensaciones encriptadas, confusas, mezcladas con sensaciones  prehistóricas, difusas, casi irreales, como si no le pertenecieran del todo. Entonces rehace el camino, remonta la historia buscando la esencia o un hilo conductor, entendiendo que todo análisis acumula un montón de ideas continuas con algunos acontecimientos incoherentes, que desmontan cualquier posibilidad de cronología lógica. La vida humana está repleta de accidentes, de recovecos inaccesibles que forman un global, inexplicable. Ahí es donde algunos, piensa, buscan el perdón, para ignorar ese pasado y continuar y otros buscan, absurdamente, comprender cada misterio de un modo científico. Como si lo acontecido tuviera alguna explicación más que la miseria, la miseria y la mezquindad de los que ansían gobernar el mundo a golpe de vacío e imposición.

 Lanza el cigarro lo pisa, un chico pasa en bicicleta frente a él.  Le gusta el verano. Y eso, al final, es lo único que le importa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El mejor perdón es el desapego. Nada que nos afecte así vale la pena si quiera recordar en forma de perdón. El dejarlo ir lejos sin pasaje de regreso, es la mejor forma de olvidar. Entonces, sin tener que pensarlo, llega el perdón, pero uno ya está a años luz de aquel recuerdo.

CL

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