viernes, mayo 18, 2012

Duaca

 El viejo perdió la fe en la vida y trató de buscarle en el más allá. En realidad la buscaba en Duaca, en casa de una vieja que vendía productos esotéricos y le leía las manos. El autentico misterio no estaba en esa creciente creencia en el poder de ciertas sustancias y jabones o productos enfrascados en cristal, el autentico misterio estaba en como había llegado el viejo hasta Duaca, en cómo había dado con esa vieja, entrañable al hablar y dura en la negociación del precio de su mercancía mágica. El viejo si hizo asiduo, entre semana manejaba por la carretera vieja hasta Duaca y pasaba media tarde entre velas y revelaciones, luego compraba productos para la semana y para sus males: jabones para la esperanza, un líquido verdoso para las malas energías, champús para el pesimismo, perfumes para atraer las buenas vibraciones. Nunca sabíamos cuanto gastaba en aquellas sustancias, pero lo poco que quedaba en la cuenta iba destinado al milagro. La vieja también le predecía y sobre todo le hurgaba en ese pasado vaporoso y confuso del viejo. Mi madre le acompañó alguna vez y las descripciones eran confusas:

.- La señora dice que carga un peso creciente. Una pelota de mala energía que contrajo en un trabajo de hace veinticinco años, una envidia mal curada.

 Y el viejo no decía nada y creo que prefería que no supiéramos de sus visitas a Duaca. El viejo vivía aquello como un sacrificio, como una penitencia, como la única salida de un laberinto terrible e infinito, el laberinto del infortunio. El viejo se duchaba con fe en aquellos productos. Luego la casa quedaba impregnada con esencias desconcertantes, mezclas de olor de hoja de plátano o bambú, flores exóticas de las que desconocía el nombre y cuyo olor se apoderaba de mis días. En cierta manera yo empecé a creer que aquellas sustancias también ejercían influencia en mi. Como si la casa fuera una isla, una isla lejana y mística, una isla mitológica llena de influencias y virtudes divinas. En aquella época creí tener más éxito entre las chicas y el sexo se daba con mayor frecuencia. Así que lo que en mi padre era un último aliento, en mi era lascivia. Como si el mismo espiritu que debía impulsar a mi viejo a un giro de la fortuna, tuviera por otro lado una fogosidad ingobernable.

 Llegar a clase era una ruleta. Mi mirada decidiría quien sería hoy. Primero fueron las pequeñas sorpresas. Ver, repentinamente, a la tímida A buscarme a la salida y proponer un paseo largo por Bararida y buscar con nervio y prisa unas escaleras de un portal anónimo y buscar con vehemencia una cima. Luego fue el mito colegial de B, la inaccesible B ofreciéndome hacer aquel trabajo de literatura lationamericana en su casa, aquella tarde en que sus padres aún trabajaban. Luego las perversiones de C. Los juegos insospechados de D. Los días duros en que primero era E y luego F. La velocidad de éxito y de atracción crecía ajena a mi, y yo sospechaba todo ese poder en aquellas esencias que venían de Duaca, ¿Quién lo iba a decir que mi secreto era Duaca? Una calle de Duaca, una casa humilde de Duaca, una viejecita entrañable de Duaca. Allí radicaba aquel repentino y creciente éxito. La lista aumentaba y mis vicios y experimentos más. G con H. El coche con I. Los deliros de J. Y traspasé mi generación y los cursos superiores mostraron curiosidad por las esencias de Duaca. La voluptuosa K, la misteriosa L. Y así alcancé cotas inalcanzables hasta la tarde en despistado en los baños del colegio, cuando ya cerraban me encontré con la profesora Z. Y las sorpresas de la madurez, la hermosura de la madurez, las diferencias de piel y formas, la experiencia y la sabiduría de la profesora Z. La tarde mítica en el despacho de Dirección cuando ya nadie quedaba en el colegio.

 Mi padre no encontró la suerte. Tampoco la fe. Mi padre fue cayendo en un letargo y un hastío de record y con ello se esfumo la fe en aquella viejecita, la fe en Duaca, la fe en aquellas esencias que yo si creí milagrosas. Mi padre se sumió en una infinita nostalgia, yo me sumí de nuevo en la soledad. Ya nada despertaba a mi paso por los pasillos de aquel triste colegio.

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