jueves, abril 19, 2012

La época frente al proyector

  Había perdido la costumbre de los horarios y, en cierta forma, había perdido la costumbre del tiempo. El tiempo, esa maraña incalculable, se había vuelto un asunto menor o había dejado de existir. Las mañanas se confundían todavía con la noche y cuando caía la tarde ya estaba de nuevo en la noche y los días eran un día o un mes y no tenía excesiva conciencia de lo que había pasado; porque, en realidad, parecía como si todo fuera a suceder después, en unos dos mil o tres mil años o que había sucedido antes, siglos antes de la extinción del dinosaurio. Mientras tanto se acumulaba el insomnio y la laxitud, la desgana y la falta de apetito y la pared blanca del salón parecía emitir imágenes dispares. Imágenes inconexas de viajes y sábanas y los gestos de M; y en las imágenes irreales M parecía vivir en blanco y negro, con mucha textura, habitando una época de esplendor. Secuencias aleatorias, personajes secundarios que parecían cobrar un sentido nuevo justo al final: la hermana de M, la amiga pelirroja de M, la sobrina de M, los compañeros de M.  Como si sólo se entendiera su papel una vez que concluye todo y salen los créditos.

 La memoria juega sus cartas, lanza los dados. No había elección previa en las imágenes a proyectar. Si ahí aparecía una carretera no era porque él lo hubiera escogido, no había elección en escoger esa carretera pasando y M conduciendo. ¿Qué hacía una imagen seleccionable? ¿Cuántas fases había superado la imagen para salir adelante y pasar por ahí, por delante de las narices toda una tarde, en mil y una perspectiva? ¿Recordaría M esa imagen? ¿Recordaría las calles de Oporto, aquellas gaviotas y la amenaza de lluvia a última hora? ¿Aquel hostal con cortinas de tela áspera desde donde veían una pareja cenando en el edificio de enfrente? ¿Recordaría M aquella calle de Praga donde vieron un niño sentado a media mañana: el niño más melancólico de la historia de la humanidad. El niño que M  aseguraba que se había escapado de casa? Ahí estaba el niño, en la pared blanca, en esa época atemporal. El niño tendría ahora once años más, ya no sería niño: ¿recordaría el niño aquella mañana húmeda en Praga? ¿Recordaría que estuvo sentado mucho rato en aquel parque, mirando con una tristeza desorbitada los contornos de las zonas más decadentes de la ciudad? ¿recordaría a aquella pareja que a ratos le miraba con la curiosidad del que produce posibilidades tratando de acertar algo que jamás será respondido? Igual el niño sólo esperaba ver un ovni pasar o estaba fantaseando con jugar la final de la UEFA vistiendo la camiseta del Sparta de Praga contra el CSKA de Moscow. Igual el niño ahora era taxista o funcionario o un joven en paro, sin mucha claridad de futuro o quizá era ludópata, metido en los sótanos de la periferia de Praga, metiendo monedas en la máquina, esperando que el azar esta vez si juegue a favor. ¿Quién recordaba ahora aquello? ¿sólo él?  A su vez él había metido monedas en su cabeza y giraban las figuras, se encendían las luces y salía un recuerdo y había salido aquella carretera, las gaviotas sobre Oporto, el niño del parque de Praga; y el niño de Praga que cabía la posibilidad de que hubiera terminado siendo un triste ludópata de sótanos de recreativos y de máquinas tragaperras estuviera metiendo monedas y jugando con las imágenes y M ajena, ajena a todo eso. M que igual, por recordar, no recordaba nada o recordaba otras cosas: frases que él ya no recordaba que había dicho o imágenes que él ahora no recordaba. M ajena a ese festival de proyecciones, M en blanco y negro conduciendo por carreteras en verano, por carreteras en las que llueve, por carreteras por las que se hace de noche y por las que hace frío o por las que revienta el sol, carreteras que parecen de mentira, carreteras de todo tipo, pero la imagen es recurrente: M conduciendo por carreteras. Como si en realidad el nunca hubiera ido en ese coche, como si el viaje no hubiera pasado y por ahí anduviera M, por carreteras al azar, carreteras que terminan en caminos sin asfalto y que siguen y llevan al fin del mundo a un lugar que podría ser el fin del mundo y en el que él, sin ninguna duda, ya no estará.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantó.

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