viernes, abril 06, 2012

El Flaco

 A los cuarenta años se interesó por la literatura. Su interés no era un mero interés cultural, intelectual o espiritual. Su interés era parecido al del más despiadado adicto a las drogas. Su pasión no era un pasión, era un terrible frenesí; como el que desea algo al margen de la ley, prohibido, perseguido por las multinacionales policiales y por gobiernos oscuros. Y en realidad casi así debía ser visto en un entorno donde lo menos ilegal era ser taxista sin licencia para viajes ilicitos y perseguidos. Si el Flaco se interesó por la literatura fue por aquel libro que el guardaespaldas de un narco de medio pelo se había dejado en el asiento de copiloto en un viaje más allá de la frontera que le había supuesto casi un mes de subsistencia.

 El flaco detuvo el coche en aquel desierto amarillo de sol cruel y viento enloquecido, se bajaron el narco y el guardaespaldas, soltaron un fajo de billetes sin despedirse; el Flaco giró el volante, avanzó por el camino sin asfalto y vio de repente, unos metros después "Crimén y Castigo" marcado por la página ciento noventa y ocho. Su primer impulso fue el de frenar, deshacer el poco tramo avanzado y devolver el libro al corpulento guardaespaldas, pero comprendió que el favor no sería agradecido y supondría saltarse el acuerdo verbal pactado: "Jamás mirar atrás. Como si nunca hubieras hecho ese trayecto"Avanzó, hizo la primera parte de ese largo viaje y se detuvo en un hostal de carretera. Un hostal limpio y bien ubicado. Al estacionarse en el parking en vez de coger su mochila sólo cogió el libro. Pidió habitación y pasó la noche sin dormir, sin comer, sin orinar. EL Flaco descubrió a Dostoeivski, el flaco navegó incendiado por Crimen y castigo, su viaje no fue mental, su viaje abarcó la moral, su propia ética, su propia vida. El Flaco ve algo de realidad absoluta, de realidad inamovible o total. El Flaco no lee, el flaco quema las páginas, los ojos le arden, el corazón se le encoge. Amanece en el hostal. Las primeras horas de la mañana sigue leyendo, pero en un resquicio de sensatez sabe que tiene que seguir conduciendo, al menos, hasta la frontera. Paga. Conduce con el libro abierto entre las piernas. En los tramos largos, en las largas rectas desciende la vista y va arrancando frases a la lectura. Pasada la frontera se detiene y no vuelve a conducir hasta que termina el libro. La lectura total en vez de saciarlo le hace adicto. El Flaco conduce veloz hasta la ciudad. En la ciudad consigue libros en la tienda de los Colombianos. Los colombianos le miran con desconfianza cuando le ven llevarse una caja llena de ediciones cansadas de grandes clásicos: Thomas Mann, Goethe, Joyce, Borges. El Flaco sigue atento a su negocio, pero en los entresijos del negocio alguien da la voz de alerta: El flaco, ese taxista sigiloso, discreto, ese transportador fiable anda en algo raro, no para de leer, se interesa por asuntos de la gran literatura universal. El no entiende la creciente desconfianza. Para mostrar que no anda en nada oculto, en nada prohibido, empieza a llevar los libros con él, en el taxi, en las horas de espera en las afueras de naves industriales en cuyo interior se mueven los presupuestos de paises, El Flaco lee y esa lectura obsesiva preocupa en cadena primero a las retaguardias bajas de la cadena del delito y el tráfico, después la paranoia va creciendo hasta los lideres ocultos del narcotráfico. "Ese taxista quizá ya no interesa", pero El Flaco ha emprendido una tarea salvaje: leer todo lo posible, leer hasta el fin, hasta que se caiga el mundo, hasta que no quede libro por leer. El Flaco nota cierta hostilidad hacia sus objetos de deseo: esos libros inocentes, pero la adicción es insaciable, más que el miedo a perder su forma de sustento. Lee y en los trayectos habla de lo que lee, mientras guardaespaldas y jefes le escuchan ojopláticos: "Este trayecto evoca los paisajes de Faulkner", "somos parte de esta trama enrevesada del destino y del juego. Nadie sabe quien dirige este terrible caos", "somos el vestigio de un coito". Y cada frase parece una amenaza y crece la desconfianza hacia el Flaco y la frase repetida en las reuniones de las organizaciones: "El Flaco no interesa", pero el Flaco es ajeno o no lo es, pero su empresa va más allá, su fin es literaturizar la vida. Sin embargo la frase ha crecido en todos los círculos: "El flaco no interesa" y el flaco aparece Ulises en mano, acribillado en la parte delantera de su taxi, en las afueras de la ciudad. Un detective de antidrogas recoge el libro como prueba y lo mira con deseo. El detective mira como el que cree encontrar la llave de una puerta.

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