viernes, abril 20, 2012

El manifiesto de Leo

 Leo se obsesionó con la idea de formar un movimiento. Se fijaba en movimientos underground, en movimientos desconocidos de cultura, en poetas del submundo, en músicos miserables y se terminó fijando en las grullas, en el movimiento de las grullas, en la danza de apareamiento de las grullas. Le fascinaba la idea de creación colectiva, sentía devoción por esos colectivos que terminaban formando algo admirable. Para Leo aquellas obras estaban llenas de recovecos, llenas de indescifrables simplicidades. Las creaciones colectivas creaban personalidades imposibles, extremas, inabarcables y eso le producía una fascinación desorbitada. Nos trató de convencer, nos pasaba libros, música; nos llevaba a lugares del centro, sótanos donde tipos desnudos hacían actividades extremas, algunas dolorosas, con sus cuerpos. A veces nos hacía realizar actividades deliradas: viajes caminando por los túneles del metro, noches en la red de alcantarillas de la ciudad, noches que se hacían eternas y terribles. A Leo le obsesionaba el subsuelo, el silencio, la nocturnidad, la periferia, el ruido indescifrable, las reverberaciones, la poesía inconsciente, la muerte. Nosotros preferíamos el futbol y otros juegos: la masturbación, los parques, los coches; nos unía a Leo la marihuana, el olor remoto y brutal de la marihuana, el olor ancestral de la marihuana, la cadencia de fumar marihuana, el rito tribal de fumar marihuana y por eso, a veces, le seguiamos su juego. Leo escribía cosas, llegaba con hojas repletas de frases que sólo nos gustaba leer después de fumar marihuana, frases que se enredaban entre ellas, como si su incoherencia fuera un baile, un baile divertido e incluso sensual, como si las frases juguetearan, se excitaran entre ellas. Luego Leo fue desapareciendo, cada vez aparecía menos y le perdimos la pista. Le perdimos y nosotros nos quedamos fumando marihuana, y en cierta manera, Leo parecía una nube, algo incrustado en ese humo espeso e hiperfumado de la marihuana.

 Al tiempo supimos que viajaba buscando Grullas, que se había convertido en una especie de trotamundos raro, persiguiendo grullas, viéndolas bailar, en una especie de concierto pop alrededor de la creación más radical, la creación de otras grullas. También supimos que al final fundó un movimiento, lo que no supimos quienes se sumaban y si en realidad el movimiento no era su mayor fracaso, puesto que su ideal era la creación colectiva, y allí, bajo ese nombre colectivo, no había sino un sólo nombre: Leo. Supimos lo de las grullas y supimos lo del manifiesto y leimos el manifiesto y nos quedamos extrañados de sus frases, de sus ideas, una colección de visiones al menos novedosas:

Sólo el sexo es comida. 


Las ciudades son agujeros tapados. Los pájaros no vuelan, pisan suelo cristalino.


El sexo es tenis. El tenis es ajedrez. El ajedrez es Dios.


Dios no juega al ajedrez, porque Dios no existe. 


El único gobierno posible es el del horror. Lo demás no son más que caretas del horror, el horro disfrazado. sólo un hombre horrible aspira a dirigir una nación. Sólo un hombre horrible es capaz de creer en eso.


El sudor es el principio del fin. El fin no existe, es el paso a otra cosa.


La poesia la poseía. 


El cine es un engaño, el engaño asumido, el engaño total. La demostración absoluta de que cada uno hace lo que quiere con la mente. 


El reloj es la mayor de las locuras. Visto como poesia es hermoso, visto como ejercicio elevado de metáfora, de paradigma literario, es excelso. Asumirlo como algo real es una enfermedad.


Un niño juega al balón. Ese balón es el universo. Ese balón rueda sobre la arena de un parque. Ese parque está lleno de niños. Esos otros niños juegan con balones. Esos balones, ineludiblemente, se están desinflando.


No es la orilla de la playa, es la ola arena entrando al mar. 


Hay un tipo en cada espejo, repitiendo, hasta la nausea, este acto, el acto de escribir esta frase. Está frase, es por tanto, prácticamente infinita.. También tú, que la lees.


El momento preciso del orgasmo no existe: se va llegando y ya pasó, pero nunca se está en el del todo. 
En realidad cada ser humano es ese instante: un orgasmo.


Las manos prolongan los brazos, los brazos prolongan el tronco, el tronco prolonga las piernas. en realidad todo prolonga el órgano sexual




La única manera, pues, de sobrevivir es unirse a un colectivo, cualquiera, donde las identidades se suman y desaparece la unidad, para hacer una unidad de unidades, lo cual es matemáticamente muy complejo. 


¿Te unes?

Y así acababa aquel manifiesto de Leo y así nos quedamos durante muchas tardes leyendo, pensando en el paradero de Leo tras las grullas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nooo que bueno! Leo fumado es un profeta!

CL

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