martes, febrero 28, 2012

La contracción del ratón

 De arranque haré algunas series de cuello y hombros. Tiendo a fortalecer demasiado los biceps y el cuadriceps y a veces descuido algunas zonas centrales. Estoy contento con el pecho y reconozco que la espalda es la envidia de algunos en el vestuario, pero es fácil satisfacerse con el halago y rebajar la exigencia. Creo que debo intensificar un poco las sesiones, sinceramente me he relajado con algunos aspectos y lo del cuello y los hombros es casi imperdonable. Tengo muy visualizado el cuello que busco. Hay un tipo que iba por el gimnasio, que duró muy poco tiempo. Un tipo callado, extraño, casi invisible, que tenía el cuello que quiero para mi. Las dimensiones, el grosor, las marcas precisas. El tipo tenía un cuello impoluto, poderoso, voluminoso, solemne. Nadie reparaba en él y es cierto que no fue muchas veces por el gimnasio. Aparecía siempre a última hora de la tarde, esa hora del intercambio, cuando se van los blandos y escualidos muchachos de medio pelo y nos quedamos los del colectivo La contracción del ratón. Aparecía con una bolsa antigua, fea, verde fosforescente. Se aligeraba de ropa, hacía estiramientos peculiares y se ejercitaba. Yo le miraba desde la Xpress 900 (una máquina deliciosa para los ejercicios de cuádriceps) y reconozco que había cierta fascinación en verle ejercitar el cuello. Su cuello no era un cuello, era un portento. No sé cuanto tiempo movía aquella mole, pero esos minutos no pasaban. Ese cuello prensándose, contrayéndose como un animal milenario, desplazándose como una máquina precisa, sin recovecos; exhibiéndose a la gravedad, casi retándola. Era inevitable no mirarle, aunque comprendí que yo era el único atraído por aquella bestia de la precisión. Luego dejó de venir. Jamás habló con nadie, jamás le oimos la voz. Un día hablando de cuellos le nombré, le describí, pero ninguno de los chicos recordaba de quien hablaba. Algunos se han burlado en ocasiones de mi, dicen que me he inventado a ese tipo. Yo, sin embargo, recuerdo verle. Recuerdo verle llegar callado, como si de alguna manera tuviera una misión precisa que cumplir, como si los días en nuestro gimnasio fueran un camino por el que pasar, un fragmento leve de un camino cuyo fin la humanidad desconoce. Su actitud distante, o no ya distante sino lejana, sideral, le daba un aire de potencia frágil, como ese vendaval que pasa, lo arrasa todo y se desvanece en una llanura más allá, agónico, triste. Ese tipo, ese cuello, en verdad, no parecían pertenecer a los hombres. Era un ser que venía de otro lugar, un lugar que, por otro lado, se sabía inexistente, un hueco, un agujero temporal en el que había emergido ese tipo. No volvió y de él quedó mi recuerdo en algunas de las conversaciones de nuestro colectivo. Desde entonces ejercito mi cuello buscando emular su cuello, esa obra escultórica casi irrepetible. Porque esa es nuestra visión en La contracción del ratón: Los músculos son piedras, diamantes en bruto. El ejercicio es el cincel. Como artistas que trabajan con lo real, aspiramos convertir nuestros músculos en esa obra precisa que visualizamos y que asumimos como obra cumbre, obra final. Y ese cuello me completaría, me lanzaría y colocaría mi obra cerca de lo que aspiro.

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