martes, febrero 21, 2012

Inverso

 Nos dejaron aquella casa una temporada. Yo dormía en el sofá y me duchaba a primera hora. Los demás se distribuyeron con disputas acaloradas las habitaciones. Creo que hubiera preferido no vivir con ellos, pero lo gratuito siempre era un aliciente. Había perdido el trabajo en un bar de copas y mi futuro no tenía exceso de puertas. Creí que me gustaba escribir, pero comprendía, en cada intento, que no había nacido para ello. Intenté escribir novelas: novelas de ciencia ficción, novelas eróticas, novelas de falsa historia, novelas de detectives, novelas nihilistas, novelas experimentales, novelas autobiográficas, pero en todos los intentos, en cada uno de ellos, encontraba enormes carencias. También me hacía ver reflejos de cosas. En cierto modo, cada vez que intentaba escribir, todo se volvía la novela, el boceto de novela y los días se volvían obsesivos, pero inacabados, porque yo escribía sabiendo de antemano, que no acabaría y que las páginas que llevaba se quedarían en un boceto sin terminar. Y esa sensación se trasladaba a todo. En aquella casa no se dormía bien. De madrugada subía por el patio interior los graves de una discoteca que había en el sótano. Una discoteca ilegal y triste. Entré un par de veces y no sucedía gran cosa. La decoración era espantosa. Parecía una discoteca abandonada en una época de esplendor inexistente. LA discoteca parecía el recuerdo de algo no vivido, un recuerdo, por lo demás, triste e incluso turbio. Uno de esos recuerdos que se tratan de no recordar. Lo desconcertante de aquel bar es que ponían música electrónica alemana de finales de los setenta. El dueño era adicto a esa música y tenía discos imposibles, rarezas encontradas en sótanos de Berlín donde además de conseguir discos se conseguía droga. Aquella música subía por el patio interior y me llegaba de lleno al sofá donde dormía. Es curioso, pero toda aquella época recuerdo que soñaba cosas indescriptibles como todo sueño, pero alucinantes, muy sensitivas, muy siderales, también muy contundentes. Siempre atribuí esa capacidad emocional y estética  de aquellos sueños a la música que subía de la discoteca. Como si aquella música fuera gasolina onírica. También intente transcribir aquellos sueños, pero en cada intento perdía horas y horas tratando de describir cada una de las cosas sorprendentes de aquellos sueños. Concluí que cuando se sueña, el tiempo se desmorona, porque es imposible soñar tanto en tan poco tiempo. La realidad del sueño se sucede en un tiempo laxo, hiperlento, agónico, por eso se desentiende lo que parecía entendido. Por eso el sueño desracionaliza lo que parecía ya racionalizado. El tiempo descomprime lo que se ha pensado, también lo que se ha vivido o lo que se ha imaginado. No logré ser escritor. No sé si por eso o por más motivos, empecé a querer largarme de aquella casa. Hubo un par de peleas entre los compañeros en las que no participé. Uno de ellos se marchó. A los pocos meses me vi solo en aquella casa que no sabía muy bien a quien pertenecía. Cuando me quedé solo no salía. Pasaba semanas sin pisar la calle. Intenté otras formas de escritura. Con pinceles empecé a escribir poemas en las paredes. Si era malo en la narrativa, como poeta era lamentable, y además pretencioso. Había llenado las paredes de frases épicas cuando comprendí, definitivamente, que la literatura no era lo mío. Guardé todas las cosas en mi maleta y me fui de allí. Después de aquello conocí a L. Me fui a vivir a su casa. L decía que escribía, pero a mi también me parecía terrible lo que ella hacía. Un día se lo dijo y me dejó. Después todo fue difuso. No recuerdo como se fueron sucediendo las cosas. Un día me monté en un avión con destino a Londres. Trabajé haciendo camas en un hotel de cuatro estrellas. Llevaba uniforme y no pagaban mal. Pero no soportaba el clima. Después de años volví al banco. Me dieron un buen puesto. Volví con los amigos de entonces. Creo que sin proponerlo, fui haciéndome un tipo relativamente feliz.

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