jueves, febrero 09, 2012

Aquel día del noventa y siete

  En ese momento del año noventa y siete, JC está imbuido en sensaciones imprecisas. Aún falta un rato para el mediodía y no tiene nada que hacer en esa ciudad donde ha llegado horas antes para arreglar unos cuantos papeles ministeriales que le posibilitarán la huida definitiva. El arranque de la mañana fue desesperanzador en las largas colas del ministerio. Un tipo le narró punto por punto las hostilidades del proceso: "Sí no pagas prepárate para venir mil veces a hacer cola a este agujero". El individuo habla rápido, como si llegara tarde a todo y le habla de unos gestores, unos freelance, unos tipos independientes, que hacen el trabajo, que tienen los contactos y consiguen los sellos y las firmas necesarias para conseguir la regularización de los papeles. JC le pregunta al tipo si conoce a alguno:"Yo soy gestor". Intercambian teléfonos, JC le da los papeles y le paga un adelanto: "En dos semanas sabrás de mi. Tendrás este asunto resuelto" JC le dice que el no vive en la capital, que viene del interior, pero que le dará el teléfono del familiar donde se queda estos días, para que se a esa persona a la que le de los papeles. Entonces JC vuelve al metro. Los vendedores ambulantes de música pirata promocionan su producto con equipos  portátiles de sonido atronador. La idea es sonar más alto que la competencia. En el camino al metro JC piensa en las posibilidades de encontrar una forma de armonía en ese submundo caótico. "El futuro será esto" piensa JC sin saber el motivo de ese pensamiento.  Entonces decide irse al parque del centro. Un parque vegetado, vacío rodeado de edificios y tráfico. Un parque curioso, verde violento y fresco. Se sienta junto a un árbol, cierra los ojos escucha el tráfico. Un poco más allá junto a una valla que separa el parque de la autopista con el transito más espeso del continente, un heladero con un pequeño carro fuma y se mueve esporádicamente la gorra. JC silba y ve una pareja pasar a su lado. Ella va encogida, como si estuvieran huyendo de algo. Les ve pasar y piensa que de algún modo la pareja se parece a su silbido. JC está silbado y mira hacia el cielo. Entre los árboles, casi como un cielo artificial, se ven ventanas de los rascacielos, las ventanas altas desde donde se verá un suelo verde, frondoso; un suelo esponjoso que incitará al salto desde el piso cincuenta y tres.  Lo que se oye desde el parque es inabarcable, tremendo, astral. Una masa violenta de tránsito: coches atronando, miles de ruidos indescifrables, bocinas, conversaciones, aviones, el caos de una capital caótica,"mensajes ocultos", piensa JC. Hay algo en esa sensación imprecisa que a JC le parece única a esa ciudad. Como si esa sensación fuera la identidad esencial de esa capital demesurada, ingobernable. Es una sensación que JC percibe con precisión pero que es imposible de nombrar. Esa sensación es la ciudad y está en ese ruido, en ese heladero fumando, en su silbido, en esas ventanas de los rascacielos pegados al parque, en esa humedad desaforada, erótica. Eso piensa JC: "la humedad de esta ciudad es erótica" por eso JC piensa que la ciudad vive en esa excitación y en esa forma desproporcionada de irrealidad o de realidad vaporosa. Llega el mediodía, JC camina hasta el conjunto amplio de edificios y rascacielos. En los pasillos del subsuelo que unen los edificios camina una masa de gente a grandes zancadas, el subsuelo, el pasillo, recuerdan un pasado que debió ser mejor que ese presente: "El futuro para aquellos fue un lugar decadente. Fueron, inevitablemente, a peor y llegaron a aquí, a este pasillo descuidado, con grietas, bullicioso, lleno de puestos de comida y de vendedores ambulantes" Allí, en una esquina, JC se encuentra con su hermano. Se saludan y JC le cuenta las aventuras en el ministerio, también hablan de la ciudad, de la masa:

 .- Ven, te invito a comer.

 Recorren el pasillo. Llegan a un comedor amplio, ruidoso. Se sirven comida en unas bandejas. El hermano de JC come rápido. JC siente que hay algo peculiar en los ritmos. Es como si todo individuo ajeno a una ciudad viera el ritmo desde fuera y no tuviera ninguna posibilidad de subirse a él. Ese ritmo es el que ve JC, un ritmo en el que todos van, como empujados, como jinetes cabalgando hacia el futuro, hacia la fuga y en el que él no ve. EL hermano de JC le dice que cuando se está en el ritmo uno no piensa globalmente en el ritmo, sino en el ritmo único, en el propio ritmo y que seguramente, ese ritmo individual no sea sino no una manera desesperada de unirse a ese ritmo que nadie ve desde dentro.

 JC empieza la tarde. Sale del subsuelo de los rascacielos. Camina por una avenida amplia, repleta de autobuses destartalados, desobedientes. Que aceleran y adelantan sin norma. Ve un tipo con una mesa de plástico llena de libros. Se acerca. El tipo fuma. JC, con pudor, le pregunta por un autor. El tipo le dice:

.-  Aquí, en la mesa no tengo nada de él. Si de verdad lo vas a comprar puedo traerte en unos segundos uno.

.- Sí. Claro, lo quiero comprar.

 El tipo le dice que espere. Sale disparado, cruza la avenida esquivando autobuses, coches, motos, millones de motos sin control. Desaparece en una esquina. JC se queda esperando sin entender. Está parado, en mitad de la ancha avenida, rodeado de infinidad ruido, de gente que camina, subida en el ritmo inalcanzable. Baraja posilidades. ¿Es posible el tráfico de libros? ¿Existirá un mercado ilegal? ¿Autores que se consiguen bajo cuerda, en las esquinas con agujeros en el asfalto de la capital, en la puerta de una arepera? ¿Tendrá, el tipo, escondido según un criterio insondable, algunas ediciones o autores? ¿Por qué se ha ido a otro sitio, de repente, sin ser un gran negocio, a buscar ese libro para él? Pasan algunos minutos. Un rato en el que cada poco alguien se para en mitad de la acera y ojea los títulos sobre la mesa de plástico y se va. Aparece el vendedor de entre el tráfico, esquivando la avalancha de metal. Le da el libro. JC lo mira. Hay algo inevitablemente emocionante en coger el libro. JC mira el título, pregunta el precio, muy barato, y paga sin rechistar. El tipo se sienta y le ignora, se enciende otro cigarro y lee un libro viejo, muy deteriorado. JC se despide sin obtener respuesta. Hace el camino hasta el parque y se sienta en el mismo lugar donde estuvo por la mañana.  Lee, lee algunos fragmentos y se siente inspirado. JC no es escritor, pero los fragmentos que lee le hacen querer escribir. JC entonces escribe y piensa en otros parques, en otras ciudades y se imagina a sí mismo, escribiendo y narrando esa mañana, ese día lejano del año noventa siete en el año dos mil doce, y así lo hace llegado aquel lejanísimo momento, ese año remoto, inaccesible. Así lo hace y así lo escribe.

1 comentario:

Anónimo dijo...

JC, en el año 1997, hace contacto con él mismo en el 2012, al ambos pensar en ese mismo momento desde dos puntos del tiempo, aún siendo la misma persona.

CL

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