miércoles, febrero 15, 2012

Hombre en un pueblo de mar

El pueblo es hermoso, en cuanto que es autentico. Conserva casi todo intacto, incluso la decadencia de cierto esplendor lejano. El paseo marítimo está muy deteriorado, pero una reforma sería un error. Esa acera levantada por los árboles, el muro y las escaleras que dan a la playa parece algo del terreno, como si emergieran en vez de estar construidos, llevan tantos años ahí que ya pertenecen al suelo y no a la mano y obra de los hombres que décadas atrás trabajaron y construyeron este paseo alegre y triste. La playa es ancha durante el día y se empequeñece repentinamente al final de la tarde. El agua entonces llega hasta el muro del paseo marítimo, asciende algunos escalones de las escaleras que comunican paseo y playa. La luz cae al final del mar, porque la playa mira a occidente. Quedan algunos chicos por allí, todavía en bañador, peloteando o fumando inexpertamente, sin saber que esas tardes se quedarán incrustadas en su memoria: gasolina de futuras, y lejanas aún, melancolías. Hablan y gesticulan con aspavientos y ríen. Las chicas siempre sentadas, sujetándose las rodillas con las manos cruzadas, sonríen las gracias de ellos. Pasean los ancianos, lento, mirando sin mirar porque el paisaje y la luz les pertenece desde hace años. Parejas eternas que están y estarán eternamente aquí. Al fondo, donde suben las calles hacia la ermita, se activan los bares de neón. La imagen, sobrecoge a E, que pasa unos días en el pueblo. No conoce a nadie, no conocía el lugar, pero hay algo que le parece permanente o le recuerda a algo olvidado. E siente que ha vivido y que permanecerá ahí. Sin embargo es breve la estancia y en tres días se irán.  Durante un rato se debate entre quedarse viendo ese tiempo inalcanzable que se prolonga en ese atardecer hermoso y monótono o volver al pequeño apartamento que han alquilado esos días, donde hace rato se fue su pareja  y su hija.  Se queda subido en el muro del paseo unos minutos más. Se impone la noche y parece subir la humedad. La marea entonces muere y se queda casi laguna, reverberan las luces como intermitencias nerviosas sobre la superficie del mar. A su espalda oye voces que pasan: planes nocturnos, frases fugaces, eventos deportivos mundiales, el tiempo, la humedad, las chicas. E, entonces, durante unos segundos, piensa que está en un recuerdo, pero un recuerdo futuro, percibe con exactitud, la tarde lejana en que recordará ese instante y entonces le parece sentir un eco, un eco interno y externo. Imagen que se alimenta de la luz sobre el paseo cuando ya casi es de noche. Camina por las calles del pueblo y sin saberlo, el tiempo, algunos minutos, se queda estático, detenido. Se ha parado el ciclo y nada se sabe. Sube a su apartamento. Ve a su hija. La besa en la frente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay frases con las que quiero quedarme de este texto. Frases verdaderamente hermosas y poderosas. Imagenes muy emotivas descritas con una puntería magnífica que me hizo habitar allí durante mi lectura.

Gracias por esto.

CL

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