martes, junio 10, 2008

El despertar del protagonista

Despertó. Se quedó mirando el reloj un par de segundos, giró el cuerpo y se puso en pie. Buscó con cierta torpeza las zapatillas y sin mirar al suelo, simplemente moviendo los pies por el suelo con la esperanza de sentirlas de repente. Caminó hasta la puerta, la cruzó y en ese instante sintió que el dia ya se había incorporado, notó la luz fuerte del verano atravesando la ventana del salón, la mañana en su momento de esplendor. Atravesó el salón observando sin demasiada atención los restos de la noche, la bandeja de la cena sin recoger, el mando de la tele y del DVD lanzados por el sofá, el periodico doblado en la página de deportes donde una foto de Nadal con el trofeo de Roland Garros ilustraba un titular siempre desmesurado, tan desmesurado como son siempre las titulares deportivos, tan poco comedidos. Titulares que son alimento perfecto para el lunes de mañana y que sin embargo envejecian rápido, tan rápido que ya el martes parecían ciencia ficción, pensó en el ser humano que hay detrás de Nadal e imaginó el hastío que debe ser llevar una vida ilustrada desmesuradamente. Nadal épico hoy, Nadal acabado un dia de una derrota comprensible hace apenas dos meses. Llegó hasta la cocina, sacó la cafetera y lo preparó con mimo. Encendió el fuego y esperó mirando la luz de la calle, el sonido de las cosas que se iban encendiendo fuera. Un coche, unos niños pasando con las mochilas, un portal que se cierra bruscamente y del que sale una chica caminando rápido. Entonces pensó que le quedaba una manzana en la nevera. Se puso de pie y abrió la puerta y vió algo que no terminó de comprender. Iluminado por esa luz extraña de las neveras, entre botes casi vacios, entre restos de verduras, entre el cartón de huevos del que queda la mitad de media docena, al lado de la leche había una nota escrita a mano, una nota que el no recordaba haber dejado ahí, pero que tampoco recordaba haber escrito. La cogió olvidando la manzana. Cerró la nevera y comenzó a sonar la cafetera avisando que el café ya estaba ahí, listo. Apoyó la taza en la mesa, cogió la cafetera y se sirvió en la taza. Volvió a la nevera, cogió la leche, se echó en la taza. Cogió el azucar, la cucharilla, y se puso una cucharada. Cogió la taza y se sentó, cogió la nota y en ese instante sonó desde la habitación su móvil, el aviso de un mensaje que acababa de entrar, le soprendió que a esa hora alguien le enviara un mensaje y rápidamente se puso en pie, recorrió la casa hasta su habitación. Cogió el móvil y pulsó los botones para leer el mensaje entrante. Era publicidad de su compañia de telefonos y lanzó una pequeña protesta al aire que jamás llegaría a los oidos del tipo que ideó esa campaña publicitaria. Volvió a la cocina, se sentó con cierta urgencia, cogió la taza de café con una mano y la nota con la otra, pero fue tan veloz y tan poco medido el movimiento que de repente el café se desparramó por toda la mesa y por parte de la nota, sin que esta se viera, eso si, deteriorada por la mancha. Se puso en pie, cogió el trapo y limpio aceleramente y cada vez con peor humor. Cogió la fregona y limpió la parte del suelo que estaba manchada por el café. Apoyó la fregona, lanzó el trapo contra el fregadero y se sirvi´´o de nuevo el café repitiendo los mismos movimientos que la primera taza de la que ya no quedaba nada o todo lo que quedaba estaba absorvido por el trapo y la fregona. Se volvió a sentar en la mesa, recuperó la nota, sorbió y empezó a leer. En ese instante precisó explotó la galaxia , una galaxia lejana e invisible, la galaxia irrecuperable de nuestro protagonista, que se quedó, eternamente, sin saber que era lo que ponía en aquella nota extraña hallada en la nevera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Leprince juega a dejar los finales de sus historias abiertos, pero como escritor tramposo mediocre y fracasado se limita a dejarlos inconclusos, como todo lo que hace,su personalidad debil e hipocondriaca, le impide concretar,¿iras a Barcelona a rematar?.

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