miércoles, mayo 07, 2008

Bajo la tormenta

Ví venir la tormenta. Atardecía y caminaba por donde las huertas, por donde nunca hay nadie y la tierra se abre soberbia, extensa e irregular. El cielo había sufrido una agitación enloquecida, un movimiento de nubes frenético, variaciones velocísimas en el color, en como afectaba la luz y en los tonos que eso iba generando. Fue así que la vi venir, atravesando primero los lejanos montes de Transfarlanda, recorriendo la llanura que allí se abre, recorriendola veloz hacía mi, como si la intención última de esa tormenta fuera darme alcance ahí, en medio de la tarde. No me refugié, me quedé viendo el hipnótico movimiento del agua venir hacía mi, las nubes negras que iban cubriendo el cielo, como imponiendo algo que es inexplicable a los hombres. La tormenta ya estaba a unos poquísimos kilómetros de mi, unos segundos y ya todo sería la ira de la lluvia,la furia incontenible de un elemento que salvo en ese caso, inspira siempre cierto sosiego, pero el agua en la tormenta es feroz, violenta y pretende, en todo momento, hacer daño. Y así me dió alcance. Agua, agua hasta el delirio, la formación natural de los charcos, unos charcos que crecen exagerdamente rápido, las hojas de los árboles que se doblan. La ropa que pesa el triple. Llueve y la luz es oscura pero clara, la luz única de la tierra bajo la tormenta. Llueve y cae como si el destino del universo estuviera dictandose en ese momento. No corro, no huyo, esta vez me dejo empapar. Miro arriba y a lo lejos revienta una nube contra otra, también hay guerra en el cielo, una luz instantanea y breve recorre el valle y de repente el ruido ensordecedor. Me encojo en un gesto que repite el código genético, una información que atraviesa miles de años, un gesto idéntico a los primeros hombres y de algún modo yo también soy ese, ese habitante primitivo repitiendo ese gesto bajo la tormenta, un gesto invariable. Me repongo y sigue la lluvia empapandome. De repente, sin aviso, veo a un hombre detrás de un árbol a poquísimos metros de mi, le miro, ambos nos quedamos mirando, no hablamos, es tan potente la tormenta que a esos pocos metros no nos oiríamos. El hombre avanza unos pasos hacía mi, me mira. Le observo, sus ropas a pesar de estar bajo la lluvia no está mojada, su pelo está seco. Camina bajo la lluvia y es como si absorviera el agua, porque todo él está seco. Se pega a mi, está muy cerca y yo inmóvil. Me mira a los ojos, a mi me recorren litros de agua, a él el agua no le roza y ambos estamos al descubierto. El hombre va de traje y tiene el gesto serio. No comprendo, pero durante todo ese rato parece como si tampoco quisiera entender.El hombre se acerca a mi oido y me dice algo que no descifro, unas palabras que bien el ruido de la tormenta han distorsionado o son palabras nuevas. Le digo que no comprendo, pero el hombre se da media vuelta y dehace el camino, trato de seguirle pero en ese instante el cielo de nuevo revienta y el hombre cae derrumbado. Es un instante breve, casi invisible y el hombre es recorrido por el escalofrío de la tormenta. Curiosamente desaperece. Su cuerpo se hace invisible.

Siempre he creido que esto me lo inventé. Que no sucedió. Siempre salgo los dias de tormenta y buco la clave. El cielo, hoy, está negro.

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