lunes, marzo 11, 2013

Olor

 Los viajes colectivos en coche tienen más paradas que los viajes individuales. Entre otras cosas el ser humano orina a su antojo y no suele haber un exceso de coordinación en como cada uno llena se vejiga. También las apetencias son distinas. Algunos beben más agua y a otros se les abre el hambre de repente. Hay para quienes el final del viaje no es un urgencia y los hay que detestan ese trámite de carreteras para llegar a un destino. En cualquier caso la carretera es un limbo temporal, una transición que dura unas horas y se pierde para siempre. Las conversaciones en carretera son difusas y todo es transitorio, sin embargo, a mi entender, es hermoso. La vida debería suceder, permanentemente, en la carretera.

 Nos detuvimos en esa gasolinera porque algunos tenían hambre y otros sed y yo era el único que se orinaba. Aprovechamos para llenar el depósito y yo me metí en la tienda a comprar las diferentes necesidades y caprichos: unas galletas de limón, unas patatas con sabor a vinagre, una botella de agua grande y un par de refrescos sin gas. Salí del baño despistado. Perdí algunos segundos entre las estanterías, no encontraba ese paquete de galletas rellenas de limón. Miré de lado el titular disparatado de uno de los periódicos deportivos y caminé hasta la caja. De repente, sin aviso, sin esperarlo; ahí, en esa gasolinera perdida en mitad de la meseta, recibí de golpe, como una tormenta violenta, como un ataque premeditado contra un indefenso, el olor, el perfume de la primera chica de la que me enamoré en mi vida. Esa fragancia forzada de perfume de adolescente, ese recoveco de piel y producto. Una esencia extraña y dulzona que me golpeó como un zurdazo violentísimo al hígado. Allí estaba de repente, a modo de retroproyector, las imágenes precisas de un cuerpo casi olvidado, las esquinas de un cuerpo remoto ya, difícil de reconstruir en la memoria. Allí estaba un susurro, una curvatura cercana a una cadera ligera, un color de piel y un tacto lejano. Un mareo que venía de la mujer que pagaba delante de mi, que por décimas de segundo no era ella sino aquella chica remota que vaya uno a saber dónde está ahora. Un mareo, un viaje temporal, un empujón al vacío. Una borrachera total. LA mujer pagó. Giró y apenas pude ver un perfil. Evidentemente no era ella. Demasiados años y demasiados kilómetros nos separan. El olor quedó remoloneando por ahí. Pagué desconcentrado en mi tarea. Volví al coche donde me esperaban con el motor ya en marcha. Abrí la puerta y entré. Hablaban de la previsión del tiempo para los siguientes días. Alguien dijo que no volvería a llover.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La capacidad de los olores para llevarte a otro tiempo y lugar es brutal.
Me han dejado volver :)

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