lunes, marzo 25, 2013

Los segundos del fotógrafo.

 El arte de la fotografía gira entero, ante la esencia absoluta de un momento preciso. El fotógrafo, además de ser un conocedor de los efectos de la luz, tiene en su haber, estar a tiempo en ese instante preciso. El fotógrafo detiene esa décima de segundo porque llegó a tiempo a ella, incluso se anticipó a ella. Vio venir ese momento, lo dedujo y lo esperó, no lo dejó escapar y lo atrapó: ese es su fin. Detener a tiempo lo que requería. Armonizar una imagen que parecía deshilachada, no unida. A su manera el fotógrafo, interpreta puede prever el orden preciso del universo, que empuja cada instante al siguiente instante. A Benoit, un fotógrafo menor la minuciosa preparación del encuadre le llevaba, a veces, a perder la posición idónea de ese elemento aleatorio que pasa por delante de la cámara y que le da a la foto el aire de frescura, de instantánea. Era común colocar el objetivo, ajustar el foco, en dirección a un puente sobre la autopista, por ejemplo, y que en esa preparación pasara de largo el único peatón en horas que hacía uso de ese puente de líneas rotundas, lo que hacía a la foto, claro, sin ese peatón, más pobre, menos instantánea. En el caso de Benoit, esa preparación minuciosa le llevaba, muchas veces, a perder ese elemento transitorio: el peatón, el pájaro, una luz precisa, una sombra que va rápido, un ciclista veloz, un corredor urbano. Esos protagonistas accidentales, parecían huir de la foto. Su obsesión por ello fue creciente. En cierta manera Benoit sentía que debía adelantarse, no ya sólo en la preparación de la foto, sino del tiempo. Sentía, debido a la gran cantidad de veces que por segundos se le escapaban, que había en la causalidad universal que iba ligeramente por delante de sus intenciones de fotógrafo. Su idea, entonces, era adelantarse, acomodar el tiempo, de manera que llegara segundos antes a cada lugar para tener esos segundos de más para tener al objeto aleatorio en el punto correcto a la hora de apretar el botón. Al principio comenzó a caminar más rápido. No sólo para ir a tomar fotos, no. Caminó rápido siempre, porque sentía que debía alcanzar ese punto donde todo se coordinase con sus fotos. Su explicación era que debía acomodarse a esos segundos previos en los que parecía que sucedía el encuadre perfecto. Su vida, por alguna razón inexplicable, sucedía más tarde, ese segundo y medio donde el peatón ya pasó, el ciclista se escapó del encuadre. Si corría permanentemente, si caminaba veloz, llegaría a coordinarse con la causalidad universal y esos segundos ya no se le escaparían. Cada día caminaba más rápido, porque ese primer remedio, no pareció dar resultados. Cada vez que iba a tomar una foto, todo seguía sucediendo un poco antes de lo que él pretendía, de lo que sus intenciones fotográficas requerían. Seguía, según su conclusión, por detrás del ciclo de las causas. Inevitablemente no estaba en el momento idóneo para tomar la foto. En esa creciente obsesión, el siguiente paso fue más contundente, más radical, más extremo. Sú intención, su propósito era llegar a alterar la velocidad de ese caos ordenado que es el universo para retrasarlo esos segundos que siempre necesitaba de más para sus fotos. Debía lograr, fuera como fuera, que cuando quisiera fotografiar ese avión atravesando una nube precisa, el avión esperara por el click de su cámara y no atravesara la nube mientras el aún giraba el foco con la mano derecha. Aquella tarde con la cámara en el puente de la autopista sur, decidió retrasar los ciclos universales. Cuando vio al peatón esporádico cruzar el puente antes de fotografiarlo, salió corriendo, se acercó hasta él y le detuvo sin contemplaciones: "espera unos segundos", el peatón, un chico joven, despistado, metido en la música que venía de sus auriculares, le miró, primero, con sorpresa, luego con desprecio. No dudó, le lanzó un puñetazo y siguió de largo. Nuestro fotógrafo se quedó tendido en el suelo, dolorido, mareado. Volvió a la cámara. Miró alrededor y comprendió que nada ni nadie, alteran las agujas del tiempo.

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