sábado, octubre 08, 2011

Nueva york me está matando

 Por el patio entraba olor a humedad y a comida vieja, comida de otra era que se había quedado impregnada en los cimientos del edificio. Siempre se asomaba a esa hora, nada más llegar a casa de madrugada. Le gustaba fumar por ese patio desolado, por donde el humo cobraba todo su aspecto fantasmal y solitario. Generalmente, y eso lo pensaba a menudo, se fuma por el humo, por los juegos del humo, por lo que va y viene con el humo, por la metáfora indescifrable que es el humo. Luego cerraba la ventana y se tumbaba en ese colchón que olía a él mismo, un olor que era capaz de reconocer: "así huelo cuando duermo, cuando sueño". Cuando alquiló ese pequeño apartamento pensó que viviría en el poco tiempo. Llegó a Nueva York con la idea de tocar mucho y crecer como músico, lo que lentamente supondría más ingresos. El crecimiento no llegó, quizá tocaba algo mejor y ahora había añadido estilos musicales nuevos y liberados a su paleta musical, pero no tocaba mucho o cuando lo hacía eran promesas que luego no se materializaban. En Nueva York, como en toda ciudad grande, hay mucha actividad, pero también hay mucho proyecto ahogado, mucha idea zombie en medio de otras ideas, fatigadas porque al final cualquier proyecto cuesta el triple de lo planeado y las ideas, los proyectos desfallecen en la marea infinita de proyectos que es el puzle social de una ciudad. Sin embargo se negaba a buscarse otra forma de vida. Él había llegado allí por la música y después del desanimo y de no encontrar caminos se negaba a buscarse trabajo de cualquier cosa por un sueldo. Lo máximo a lo que podía aspirar era a pelar patatas en un restaurante mediocre de Queens. Volvía de madrugada, no le gustaba atravesar ese callejón donde vivía, había una forma casi concreta de amenaza y generalmente veía ratas, con lo que a él le aterraban las ratas. Venía de clubs latinos y de besarse con mujeres de las que no conocía el nombre y a las que le prometía amor eterno con la esperanza de acostarse con ellas una noche. Caía en el colchón a plomo, dejando el cuerpo suelto, que había ido transfigurándose en otra cosa, un cuerpo que era ya distinto, marcado de alguna manera por Nueva York o esas zonas de NuevaYork a las que él tenía acceso.  Junto al colchón, como islas, por el suelo, había libros y la ropa estaba amontonada junto a los fuegos que hacían de cocina. El apartamento no tenía nada más, esos eran lso elementos de su decoración. Aquella noche, como casi todas las noches, cogió la guitarra y tocó sin mucha concentración, acordes sueltos que iba uniendo uno detrás de otro. Se encendió otro cigarro y tocó una canción que había compuesto años antes de decidir venirse a Nueva York, la toco, recordó la letra en fragmentos, no toda entera, sino que la fue recordando a frases. La cantó con algo de emoción. Al terminarla, dejó la guitarra en el suelo y se quedó dormido.

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