miércoles, octubre 19, 2011

El tipo del traje de todas las mañanas

 El tipo del traje que no parecía suyo entraba en el metro a las ocho y treinta y cinco cada mañana. Generalmente se ubicaba en el mismo vagón, el primero, el que va surcando el túnel, el que anuncia la entrada en la siguiente estación. Por la hora pocas veces encontraba sitio libre y se apoyaba en el fondo, en el cristal que contenía la puerta por la que entra en conductor. A veces iba con sus audífonos escuchando música terrible, a veces miraba, observaba a los otros pasajeros y contaba las estaciones (siete) hasta llegar a la suya, donde se bajaba para terminar alcanzo, setecientos pasos después, la oficina donde pasaría la jornada laboral. Sentado en la mesa, repetía no exactamente, pero sin con enorme similitud, las distintas actividades diarias. Sin ser brillante, cumplía con precisión su trabajo. No sobresaltaba y seguramente no ascendería grandes posiciones en la empresa, pero no era un tipo que pasara del todo desapercibido. El tipo del traje que no parecía suyo salía por la tarde y bajaba de nuevo al metro. Generalmente no lo pensaba, pero algunas tardes sueltas, le daba por pensar que el metro no era el mismo sitio por la mañana que por la tarde, como si la evolución del día modificara algo que no era perceptible y descompusiera y ordenara de otro modo ese universo subterraneo. Al bajarse en su estación caminaba pausado por el andén, por las escaleras mecánicas, salía a la acera y recorría su barrio con contención, con la agradable nostalgia de ver morir el día. Llegaba al portal y subía a píe, por las escaleras. Al entrar en casa lo primero que hacía era quitarse el traje y colgarlo. Evidentemente él no tenía conciencia de que el traje cuando lo llevaba puesto no parecía suyo. El, en cierta manera, sentía apego por ese traje. Se ponía ropa de sport y zapatillas de tela. A veces iba al salón y se sentaba, a veces se quedaba sentado en el borde de la cama, a veces salía a pasear hasta la hora de la cena. En cualquiera de los casos, una vez cenado volvía a la habitación y se quitaba la ropa para ponerse el pijama, se acostaba en la cama y leía fragmentos de un libro sobre determinados misterios irresolubles que esconde la naturaleza de la tierra, preguntas a las que la ciencia aún no ha sabido contestar. Luego apagaba la luz y soñaba. Cada noche soñaba algo distinto o muy pocas veces algún sueño era recurrente:

  Soñaba por ejemplo, con un lugar donde a nadie le correspondía su cara o soñaba con un tipo que hacía magia y que no siempre lograba hacer el truco, soñaba a veces con un sótano con una luz agradable donde gente diversa se sentaba a hablar de sus sueños y entonces durante toda la noche el soñaba los sueños que contaban en ese sótano. Soñaba con números que no significaban nada, ni siquiera eran traducibles a cantidades, números que perdían la esencia de ser números. Soñaba con compañeros de trabajo. Soñaba con celebridades atormentadas que le pedían ayuda en el último momento. Soñaba con calles que no conocía y que le parecían calles tristes. Soñaba con ciudades que se mezclaban con otras ciudades, era invierno y todo le parecía pesado y silencioso. Soñaba con comics. Soñaba con alguna mujer con la que hablaba de paisajes inventados. Soñaba que se quedaba dormido y llegaba tarde a todo. Soñaba que estaba despertandose. Soñaba que se meaba. Soñaba con un tigre dando vueltas en círculo. Soñaba con una mujer rubia. Soñaba con su padre, en el sueño aún estaba vivo y el le preguntaba porque había fingido su muerte y que donde había estado todos esos años. Soñaba con un hombre silencioso que vivía en un lugar remoto. Soñaba con una familia en mitad de una carretera. Soñaba con viejos coches americanos detenidos en gasolineras europeas donde no había nadie. Soñaba con un paisaje Danés. Soñaba que la nieve se derretía. Y soñaba, y este era el único sueño recurrente, con un mudo sentado en un banco al que le contaba todos los sueños.

 Luego despertaba. Diariamente anotaba los sueños en un cuaderno que tenía en la mesilla. Se levantaba. Tomaba café. Finalmente se ponía el traje que no parecía suyo.

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