martes, agosto 04, 2009

El árbol

Incomprensiblemente aquel árbol estaba, siempre, quieto. Aún cuando los otros agitaban sus hojas movidos por la suave brisa de las tardes de aquel verano, este permanecía inmóvil, con todas sus hojas que apenas se deslizaban sobre la invisible mano de la gravedad, en movimientos apenas perceptibles. Mientras las otras hojas, la de los árboles vecinos se agitaban alegres, en aquellos aletargados atardeceres de agosto, este se quedaba estático y estático me quedaba yo mirándole. Sorprendido, hipnotizado ante su hermosa parálisis. Miraba sin comprender. Sin saber que poder ejercía su fuerza invisible sobre aquellas ramas a las que no afectaba la suave brisa. Sin llegar a alcanzar ese secreto mínimo, seguramente poco importante pero aquel enigma me llevaba cada tarde a comprender, a observar sin encontrar jamás una respuesta, un resquicio, un algo que le diera comprensión a aquel acto imposible. Si, sencillo, pero imposible. ¿Por qué aquellas hojas se quedaban estáticas cuando las otras se movían?¿Por qué aquella brisa si afectaba a las otras hojas aparentemente idénticas a las de ese árbol misterioso?.


Bajaba allí, desde donde se contempla parte del valle. Donde las tardes de verano mantienen ese delicado silencio, esa prolongación casi imposible de la luz. Me sentaba en la misma piedra, casi frontal al árbol diferente y miraba, miraba sus ramas, casi como una amenaza, tratando de mantener yo mismo esa quietud. Me enredaba visualmente entre sus ramas, entre sus hojas quietas y nada se desplazaba allí, sólo mi mirada recorriendo las esquinas de sus formas. Me enfrentaba con quietud a su quietud, como si hubiera algo de batalla en aquel misterio irresoluble. Mi obsesión fue tal que mas de una vez me sorprendí aguantando los párpados, creyendo que ese árbol aprovechaba ese tiempo, el tiempo que mis ojos iban brevemente a negro, para mover sus hojas, para agitar sus ramas, pero no era así, no podía ser así. Aquellas hojas ni siquiera era en ese instante breve del parpadeo que se agitaban. Jamás lo hacían. Mientras las otras dibujaban formas olvidadizas en lo alto, estas hojas evocaban el tiempo detenido. Tantas veces las miré, tantas y jamás siguieron el ajetreo de las otras, jamás se unieron a las otras hojas, a los otros árboles. ¿Que era ese árbol inmóvil? ¿Que inexplicable secreto se escondía en su inmovilidad? ¿Que le hacía tan diferente? ¿Que era aquello que no dejaba que la brisa no afectara a sus hojas?

Tantas veces bajé y se acabó el verano y me fui. Y hoy, años después miro esta urbanización construida sobre aquel bosque y trato de encontrar el lugar exacto donde estaba aquel árbol único y si encuentro su sitio es porque en el suelo, encima de un asfalto que ahora pertenece a una calle con nombre por donde pasan unos niños en bicicleta y los coches de sus padres, me encuentro unas hojas pegadas al suelo que trato de despegar con mis manos y no lo logro. Unas hojas que parece que van pegadas a lo mas profundo de la tierra.

5 comentarios:

Guy Monod dijo...

!!!

Anónimo dijo...

Me gusta el nuevo estilismo, H.S.
Me recuerda un MMS de felicitación! :-)

stel dijo...

Hay cosas que nunca se pueden despegar de un lugar, una persona.... hay lazos que duran para siempre.

Por cierto, esta mañana me he cruzado con un Henry S. barcelonés. Tienes un gemelo por aquí jejej

Anónimo dijo...

Hay un chino que te ama!


CL

Anónimo dijo...

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