viernes, agosto 02, 2013

El socorrista

 El socorrista rumano es pelirrojo. Más que pelirrojo es naranja. No sé si tiene que ver con el hecho de que todo el día le de el sol, pero su color de pelo es mucho más chillón que el del pelirrojo habitual. Es un pelirrojo poco habitual, su piel está muy bronceada y se forma un color inexplicable, único, peculiar. Es activo, muy activo, sin embargo el trabajo de la piscina realmente parece aburrirle. Las mañanas, que la piscina generalmente está medio vacía, suele quedarse sentado después de limpiar y hacer algunas maniobras rutinarias. Lee, lee con furia y a una velocidad que asusta. En el mes de junio (la piscina no abrió hasta el 8), se leyó algo más de diez libros. En julio la marca va disparada, debe llevar casi veinte. Es adicto a las novelas históricas, sobre todo las de guerras. Conflictos centro europeos del siglo diez, once y doce. Lee con furia, como si leer no fuera una elección, sino una urgencia. La tarde está pendiente de todos esos enloquecidos muchachos que saltan poseídos por hormonas desquiciadas. Les mira muy atento. El trabajo de socorrista le parece el colmo del tedio, pero es profesional hasta cuando duerme. No pierde ojo de todo lo que sucede en el rectángulo de cloro. Observa con atención el tráfico de vecinos, ya conoce a la mayoría. A menudo entabla conversaciones con alguno. Su voz es atonal o tiene un tono monocromático. Es una voz grave, como si saliera de las cavernas del pulmón o de un punto indefinido de la espalda. Es casi robótica. Lo que dice parece programado por un software evolucionado técnicamente, pero al que le han implantado muy pocas cosas. Casi siempre habla de lo mismo: de su pasado como guardaespaldas de algún famoso de capa caída y de las guerras que lee. También con frecuencia y obsesivamente, desmonta el mito de Dracula. Habla de Dracula como el rey de la guerra y como un ser implacable en su violencia. En verdad habla de Dracula como si hablara de su padre o de un abuelo, un ser del que tiene que honrar su memoria. No hay manera de desviarse de las guerras o de Dracula en las conversaciones de las tardes en la piscina. Se acerca y habla de los bañistas y de su colocación en la piscina como complejísimas estrategias militares:

.-Mira, los muchachos de la izquierda están aplicando la estrategia de los círculos concéntricos. Un error, porque si ves a los que han saltado por la derecha hacen el avance horizontal. La colisión en el centro de la piscina dará como resultado un caótico enfrentamiento al que inevitablemente llegarán con un ejercito más amplio los de la derecha. Mal lo tendrían que hacer para no vencer.

 Hay quién habla con él antes del chapuzón, casi como un ritual. El rumano despliega sin demasiado frenesí alguna de sus teorías sobre Dracula, ese hombre al que venera de un modo extraño, desconcertante. Cuando la piscina se va vaciando, prepara la huida. En verdad, en su trabajo, se sospecha que el traslada imaginariamente esos campos de batalla. Seguramente la piscina no es un rectángulo azulado, lleno de agua y cloro. Para el hombre allí hay campos gigantes y los bañistas son soldados de ejércitos imperiales.

 Algunas tardes una chica viene a visitarle. Hablan apoyados en una de las vallas que rodean la piscina. Ella es pequeña, a su lado parece una especie de muñeca. Él parece incluso más corpulento, más grande. Hablan poco y sólo habla él. Pasan las horas mirando a la piscina. Cuando llega la hora de cierre, se van andando sin mucha prisa. Una vez les vimos tomando una cerveza en uno de los bares de la avenida. Estaban sentados en una mesa de la terraza. Ella estaba con ese gesto inmóvil y algo triste en el que parece habitar, él estaba con los ojos llenos de lágrimas. Ninguno de los dos hablaba.

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