sábado, septiembre 29, 2012

Azotea

 A Chris nos lo presentó el promotor del festival.  No éramos nadie entre ese montón de grupos destacados, pero por alguna razón emocional, el promotor nos había cogido cariño: un cariño entrañable, un cariño sincero, por qué en el fondo sabía q como grupo era muy probable q no llegaramos a nada, pero en su cariño había una forma de alegría. En cierta forma nosotros éramos su espectador ideal, su público objetivo o la forma humana que tomaba su proyecto vital, ese festival que había adquirido lentamente cierta reputación. 

 Terminamos con Chris y Edward, otro de los miembros de aquel grupo, en la azotea de un hotel extraño, un hotel sofisticado y enorme en una zona semi abandonada a las afueras de una ciudad del tour de norte américa.  Al principio cosimos a preguntas a Chris, además de ser un excelente multinstrumentista, era el productor de los discos de su grupo, un grupo que para nosotros era una referencia. La azotea mostraba una ciudad adormecida y a lo lejos, como una batalla en una galaxia lejana, las luces de los escenarios del festival tiritaban con urgencia y nervio, también nos llegaban los graves acentuados por el viaje de la acústica desde el lejano recinto del festival hasta la azotea aislada. Había un aire cálido, un viento que leve que parecía artificial. Ellos nos preguntaron por nuestro grupo y contestamos con pudor. Chris incluso se interesó por el estilo y nos pidió que le enviáramos algo. Anotamos su dirección de correo con la promesa de enviarle algunas canciones. Ellos hablaban poco o hablaban como sumidos en un letargo peculiar. Parecían andar lejos o cansados. Entonces Edward contó las tres semanas de viajes, el cansancio acumulado, lo que aún les quedaba: "Hay una parte terrible de todo esto, te va matando en cada escenario, en cada fecha. Hay una despersonalización. Vas mutando a otro. No creo que sea sano girar." Se quedaron callados. Tuve la sensación o una forma de visión, un golpe brutal: cuando llegas a trascender como grupo te sumes en una forma extraña de tu identidad, un modo que te protege de algo que debe sentirse como una amenaza. Una robotización de tus actos, de tus palabras. Como si la misma repetición metódica de las canciones se trasladara a todo tu ser y repitieras todo, también tu modus vivendi. En realidad Chris y Edward habitaban como si hubieran firmado un acuerdo, bajo un forma indescifrable de secreto. Chris entonces sacó unos vasos de forma rocambolesca y los acercó a unas velas que encendió. Sacó unas bolsas y preparo un menjunje de polvos y agua. Nos ofrecieron vasos y ellos sorbieron con sosiego: "¿Qué es esto?" preguntó Sorel como portavoz de nosotros tres. "Un viaje" contestó Chris con los ojos medio cerrados, como si estuviera empezando a soñar. Edward se puso de píe y miró la ciudad. Los tres bebimos con temor de los vasos. El efecto fue inmediato.

 Lo que vino a partir de ahí es bastante indescifrable. La realidad empezó a pesar de un modo abrumador. La brisa cálida se puso más espesa, como si se hubiera cargado, repentinamente, de más humedad. Chris sacó un pequeño equipo para escuchar música, un aparato diminuto que sonaba con una contundencia demoledora. La música que sonó acentuaba los efectos de esa droga desconocida. Era una masa de ruidos, unos ruidos que parecían grabados en una caverna, atrás, sin casi presencia, unas voces femeninas repetían una melodía tortuosa y triste. "Son unas grabaciones que hizo el asistente de grabación de nuestro disco en un viaje que hizo solo por Burkina Faso. Son tristes, ¿verdad? Duele escuchar esto y sin embargo uno no sabe por qué, pero duele" Las voces rompían enigmáticamente el ambiente. Las luces lejanas del festival rebotaban permanentemente en el aire, como si fueran una batalla contra la nada. En verdad todo me parecía una batalla imposible, un enfrentamiento en el que se conocía la derrota final. Un avance hacia el precipicio. Luego hubo mucho rato de silencio, un silencio sideral. Nadie habló y sentí vértigo. Edward nos miró y confesó algo que yo no comprendí del todo, pero algo confesó o su tono era de confesión, el tono del que asume su miseria y la verbaliza como forma de cura. Fue un discurso continuo del que no rescaté nada, salvo el final, en el que hablaba del grupo como una losa, como otra forma de droga, como una infelicidad y una insatisfacción adictivas. Me quedé dormido allí, en el suelo. Cuando desperté no había nadie en la azotea y estaba amaneciendo, el cielo estaba plomizo. Me había quedado helado. Bajé en el ascensor hasta la cafetería para desayunar. Nuestra furgoneta nos recogía pronto porque esa noche tocábamos en otro festival a seiscientos kilómetros de allí. No volví a ver a Chris y Edward. 

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