jueves, septiembre 13, 2012

El Gago

 Esas cosas no se sospechan: la genialidad es indescifrable. ¿Quién lo iba a imaginar? ¿Quién iba a intuirlo? Cuando nosotros teníamos trece o catorce años, él deambulaba por los alrededores del edificio casi sin pertenecer porque en realidad pertenecía del todo, el edificio era inseparable a él. Vivía en el séptimo, en casa de un tío que le había acogido sin esmero, por una obligación que no parecía querer asumir del todo, con rabia. Si su hermana, la madre del gago,  había muerto a destiempo y le había dejado en herencia a aquel muchacho asalvajado no era una desgracia que le despertara ternura, era una desgracia que le despertaba rabia. Su hermana parecía joder con su actitud de atolondramiento extremo hasta desde el más allá, y el Gago asumió la vida con su tío como un trámite más en ese infortunio lineal que había asumido que era la vida. La vida era eso: seguir donde fuera y él la recorría con caminar zumbado, como el de Pedro Navaja.

 Nosotros tratábamos con el Gago por muchos motivos, porque siempre andaba por ahí, porque era omnipresente en los alrededores del edificio y porque cada cierto tiempo sus deliradas mentiras nos hacían reír silenciosamente. Su falta de pudor ante la mentira era asomobrosa y sus narraciones, desestructuradas como su propia vida, hacían inverosímil y absolutamente increibles sus anécdotas disparatadas. Como fanático del fútbol sus mayores historietas sucedían con grandes de la historia del balón: charlas metafísicas con Maradona, entrenamiento a puerta cerrada con Romario, conversación sobre el mundial del 94 con Ronaldo, etc, etc. Si estábamos mucho con el Gago era porque el Gago era inevitable. Nadie se planteaba al Gago, el Gago estaba sin más. Vivir en aquel edificio y relacionarte en aquel entorno llevaba impreso relacionarte diariamente con el Gago: era una ley natural.

 Nadie quedó allí, en el edificio, y de la mayoría de la gente poco supe con los años. El Gago, por supuesto, quedo borrado. No hubo huella, no hubo vestigio, no hubo eco. El Gago se quedó instalado allí, en aquel pasado, en aquella Isla. Con los que mantuve contacto a veces sacábamos el nombre, ese nombre musical y contundente: El gago; y construíamos una vida cercana a la delincuencia y marginal. La imagen que proyectaba en nuestra prefiguración era un resultado casi matemático, resultado de aquel presente, de su personalidad y de su biografía conocida.. El Gago habría seguido con su andar zumbado, habitando en la mentira, en la fábula desmesurada. Seguramente su tío le expulsaría de su vida pronto, al alcanzar la mayoría de edad. Una vez solitario y responsable absoluto de su destino, aunque en realidad siempre lo fue, se buscaría artimañas rocambolescas para vivir, para mantenerse. Quizá en negocios fraudulentos de ropa al por mayor o de suministrador de material a buhoneros de la Avenida 20. En nuestra construcción hipotética, el Gago habría ido engordando paralelamente a Maradona, pero mientras el héroe Argentino se operaría para disminuir y volver permanente a la obesidad, el Gago cabalgaría descontrolado hacia la obesidad amorfa, lo que moldeaba a la perfección a nuestro excelso mentiroso habitando en un mundo fronterizo con la mafia. En nuestra proyección Gaguiana, todo rondaba la fechoría y la corrupción, pues al fin y al cabo Gago cumplía al dedillo con la característica del pillo y del corrupto: mentir hasta el delirio.

 ¿Quién lo iba a sospechar? ¿Quién entre nosotros, que nunca le miramos con esos ojos o nunca prestamos atención a su forma de mentira más que de un modo burlón? Nosotros que hablábamos de Kerouac o de Borges, de Bioy Casares o de Poe. Nosotros que jugueteábamos con curiosidad la ficción, sin saber que la primera gran mentira asumida es la ficción o esa otra  realidad, mucho más honesta, que es la ficción. El Gago hablaba de futbol o de la muchacha del 12-B, a quién decía haberle hecho el amor repitiendo con precisión y sin parar, todas las posturas del Kama Sutra, sin saber, claro, que era el Kama Sutra. ¿Quién iba a imaginar la vasta obra que se forjaba tras cada una de sus mentiras?

 No fui yo quién lo descubrió. Fue Altazor, siempre atento al talento y sensible a la literatura quién descubrió en una pequeña librería al Oeste de aquella ciudad quien encontró "Elogio de la mentira exagerada" de Gregorio Platón. Que confesó leerse en pocas horas, no por que el libro fuera escaso, que no lo era; sino por el poder narrativo, la contundencia filosófica y la originalísima historia que encontró en aquellas páginas de estructura absolutamente novedosa. Altazor escribió un mail a todos lo que habíamos vivido en el edificio en aquellos años:

 "He encontrado y he leido una de esas pocas obras que marcan puntos de ascensión en la autobiografía de cada uno como lector. Hay cuatro o cinco obras que marcan el perfil de nuestra vida de lectores. Obras que aparecen y se suman casi a nuestra propia biografía. Uno de esos libros que se cuelan no sólo intelectualmente, sino que abarcan, también, el campo de la experiencia vital. Hay libros que todo lo transforman, no sólo nuestra percepción, también nuestra vida. Elogio de la mentira exagerada es, desde ya, desde esta misma mañana, uno de esos libros que ya no salen. Un paradigma. Y luego de varias horas de investigación he descubierto algo que desde ya les obliga a todos ustedes no sólo a leer este, sino todas las obras de este excelso autor. Él, el hombre que ha aparecido para agitar y modificar definitivamente el rumbo de la literatura, no sólo nacional, no sólo en nuestra lengua, sino la literatura universal. El hombre que retoma y gana el pulso, ahora que tanto se debate sobre el futuro de la novela. Porque este hombre, nuestro hombre, no es tan solo Gregorio Platón. Nuestro Hombre es El Gago."

 Lo que encontramos a partir de ahí fue salvaje. El Gago vivió en el límite, porque la mentira es el límite. Vivir en la mentira es una terrible verdad. Mantener las mentiras es seguramente, uno de los trabajos más arduos, complejos y matemáticos del hombre. En cualquier caso supimos que habitó hasta el delirio en ese mundo de mentira y las versiones que nos llegaban de su vida no aclaraban la biografía. A veces leíamos entrevistas que no sabíamos si eran verdad, encontrábamos referencias a viajes quizá fomentadas por el propio Gago o por alguno de sus discípulos que si nombraron a si mismos Los Neomentirosos. había una vertiente que creía que El Gago salió del edificio y recorrió parte de Latinoamérica, que conoció y vivió en comunas de nuevos literatos, que perteneció a grupos underground de nueva prosa. había otra vertiente que decía que había sido taxista y que su inabarcable obra literaria se había forjado en conversaciones nocturnas con clientes extremos. Nada quedaba aclarado mientras devorábamos libros. Literatura tremenda, frenética, excesiva. Personajes raros, complejos, difíciles, sórdidos. El Gago o Gregorio Platón narraba con detalle un mundo complejo, lleno de casualidades difíciles. Nada se sostenía, todo parecía deambular, porque todo parecía flotar en una irrealidad contundente o esa realidad total que es la realidad de los que viven al margen, que al final somos todos. El padre de los neomentirosos había fundado un movimiento distinto, todo parecía mentira, pero se dudaba de su irrealidad. ¿Aquello sucedía o no sucedía? ¿Es posible que estuvieramos leyendo aquello o por el contrario todo era una contundentísima mentira? Quizá ni siquiera aquello estuviera escrito. Quizá ni siquiera estaba publicado. Cuando uno terminaba de leer al Gago no sólo dudaba del libro, de las frases; se dudaba hasta de uno mismo y se concluía, no sin drama, que quizá la verdad sería la primera gran mentira.


 Obras más representativas de Gregorio Platón, El Gago:

 Elogio de la mentira exagerada

 Verdad - Mentira = Mentira

 El silencio es el primer ruido

 La incertidumbre de lo cierto

 Realidad Fragmento o cómo engañar con la verdad.

 Maradona no jugaba al futbol

 Política

 Confesión

 Fluctuación







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