lunes, septiembre 24, 2012

Autobiografía horaria

 Hoy hace quince años me convertí en emigrante retornado o en una nueva forma de inmigrante. El asunto además de los vericuetos nominalistas, tenía mucho de psicológico, porque aún no sé si yo volvía o me iba. Hay edades en las que tu identidad nacional se diluye como humo en tu laberíntico problema de identidad personal. ¿Era español en ese momento? Quiero decir: ¿podría ser español, además de lo que indicaba el pasaporte, cuando realmente había olvidado que era ser español? Y aquí no digo olvidar ser español en un sentido filosófico o histórico. Pocas cosas recordaba de España salvo el patio de la casa de mi abuela, salvo algunas calles intrascendentes de los bordes de Madrid, algunas costumbres arquetípicas y algunos recuerdos confundidos y trastocados de Vigo por haber vívido el final de la infancia, la adolescencia y el principio de la veintena en Venezuela. No sé explicarlo de otro modo, pero realmente había olvidado que yo era español o el modo de ser español y la mayoría de España, aunque tampoco fuera venezolano. Hoy hace quince años que volvía o me iba o regresaba o me escapaba. Aún hoy no tengo del todo claro el verbo, la palabra precisa y sinceramente creo que da bastante igual mi problema linguistico al respecto. Recuerdo aquel viaje absolutamente irreal. Era irreal por muchas cosas, pero sobre todo porque cuando me vi sobrevolando el atlántico pensé que volar nueve horas sobre el atlántico era una autentica osadía y una prepotencia descomunal por parte del ser humano. No tenía (ni tengo) miedo a volar, pero no puedo evitar fascinarme cuando pego la nariz a la ventanilla del avión: volar es un delirio maravilloso. Y en aquel viaje lo sentí de un modo abrumador. Volar, queramos o no, es un delirio. El caso es que si algo resulta incomprensible de ese viaje no es tanto volar, como si el tiempo o la forma de tiempo externa que rodea al tiempo interno de vuelo. Duró nueve horas o cerca de nueve horas y lo desquiciado de la forma externa de tiempo es que yo salí hoy hace quince años, pero llegué mañana hace quince años. Está la explicación evidente, por supuesto: los husos horarios. Yo salí casi a las seis de Venezuela y llegué casi a las ocho de mañana. En medio algo, una masa negra, un cúmulo cósmico o la nada, absorbió sin ninguna consideración una parte muy extensa de la noche. Cuando salí aún no anochecía, ni siquiera agonizaba la tarde, cuando llegué ya había amanecido. En cierta manera mi madrugada desapareció. ¿Dónde? No le pregunté al piloto, no le pregunté a las azafatas porque supuse que, como yo, también eran víctimas de ese robo inexplicable de tiempo. Si hubiera un registro pormenorizado y detallado por horas de mi vida o de aquellas azafatas o de los otros pasajeros de aquel vuelo semivacío: ¿dónde quedó la madrugada del 24 al 25  de septiembre de 1997? ¿Dónde coño se quedó? La pregunta no tiene respuesta aparente. Aceptemos la burda explicación de los husos, esa matemática horaria de centro comercial. Pero si imaginamos un diagrama que registra mi existencia por horas: ¿qué sucedería en el diagrama en aquella madrugada? ¿Volví de una muerte no anunciada, no publicitada, sin esquelas? ¿Una muerte sin registro de la que se revive sin saber que se está reviviendo?¿es eso el jet lag: un nuevo parto, un nuevo alumbramiento? ¿dónde quedan las horas de la diferencia horaria? No lo podemos evitar, volar es una osadía, si, pero lo es porque nos convierte en unos inconscientes viajeros en el tiempo a los que les es robado el tiempo, las horas, la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tu perdiste una madrugada.
Yo encontré un amigo de por vida.


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