domingo, septiembre 23, 2012

1915

 Morí en 1915. Pocos acontecimientos recuerdo de mi vida previa salvo los precisos. Me mataron en una ciudad centro europea, previsiblemente una capital. Sé que mi posición frente a la guerra era ignorarla, desentenderme de ella, no por cobardía o sumisión; sé que mi posición era ignorarla porque mi intención hasta el último momento fue rechazarla frontalmente. Pensé, aún no sé si lo sigo pensando,  que ignorar la guerra, seguir habitando en un país en un terrible conflicto bélico despreciando con la indiferencia era posicionarme valientemente frente a ella. La guerra me pareció, aún hoy, la cúspide del fracaso. Sufrí sus atrocidades: la guerra se llevó miembros de mi familia, pasé hambre, sufrí sus consecuencias, pero yo no hablaba de la guerra, yo no varíe mis rutinas; y lo intenté hasta el instante que esa bala me atravesó el estómago. Mi batalla era no participar en la gran batalla. Mi batalla era despreciarla porque si la masa la hubiera ignorado aquello no hubiera existido. Nunca fui un tipo culto, no lo fui y no lo soy, pero despreciaba la guerra antes de la guerra y la desprecié mientras se implantó en mi vida, rotunda y sin paliativos. Seguí bajando a la misma hora al portal, haciendo la ruta a mi pequeña tienda que sufrió bombardeos, pero seguí yendo. Escuché la pólvora y la olí. Cayeron edificios y vi gente morir frente a mis ojos. Yo acudí a las ruinas de mi tienda imaginándola aún en píe, aún en esplendor, esperando clientela que dejó de aparecer. Hacía la misma ruta a casa, esa casa que también fue ruinas. Mi propósito era abismal, una empresa desorbitada, pero creía en ella, creía profundamente en mi posición antibélica y mi ejercicio antibélico era ignorar y seguir con mi vida, aunque supusiera un acto delirado de imaginación. Al final debía de reconstruir todos los escenarios mentalmente, mis rutinas ya no tenían cabida entre los escombros y el horror, pero seguí en el empeño: ignorar hasta el final la guerra. Me dispararon y no vi venir la bala. La muerte fue relativamente rápida y aunque no terrible, su sufrí dolor. La bala pareció incrustarse en las cuevas inaccesibles del cerebro. Más que un dolor muscular o un dolor físico, la bala me produjo un dolor ilocalizable y lejano, como si estuviera sucediendo en un cuerpo mucho más dentro de mi cuerpo. Luego cerré los ojos.

 No describiré las siguientes fases. Tampoco haré un resumen de mi vida actual. Ignoro si es común recordar la muerte previa y detalles de la vida anterior. Lo ignoro. Tampoco creo en esta vida en la reencarnación, pero sé que morí allí y que fui aquel, porque en verdad de la guerra, de la gran guerra, me quedó eso, también fuimos aquel.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que hermosa vida la que intentaste sostener. Los verdaderos héroes ponen en práctica sus ideales y la mayoría muere por ellos.

CL

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