viernes, diciembre 02, 2011

Viaje

  Viajamos dieciséis horas en autobús. Llegamos a mediodía a un terminal pequeño, una construcción de paredes debiles a las afueras de una población en mitad de una carretera de doble sentido. El conductor fue el que nos avisó que el viaje terminaba ahí. Bajamos, cogimos las maletas y nos quedamos un par de minutos en el asfalto sin saber exactamente que hacer. Con el temor de haber cogido el autobús equivocado y estar perdidos y lejos de nuestro destino. Entramos al edificio, en una caseta preguntamos a un tipo desganado por como podíamos llegar hasta el pueblo de costa del que sólo conocíamos el nombre y al que nos dirigíamos por pura intuición. Sospechábamos un lugar especial . El tipo nos miró y nos dijo que el siguiente autobús salía la mañana siguiente, que lo otro que podíamos hacer era pagar a un taxista que nos llevaría, que el viaje duraría una hora. Contamos nuestro dinero en efectivo y nos acercamos a uno de los taxistas de coches destartalados. Le preguntamos y contestó que el no viajaba hasta allí, que no compensaba, el segundo dijo que sí. Nos montamos y creo que apenas hablamos en la hora que duró el viaje. La carretera era estrecha y generalmente avanzaba paralela a la costa. No nos cruzábamos con nadie, de vez en cuando algún camión viejo en dirección contraria. La carretera avanzaba en medio de palmeras. Ella miraba por la ventanilla, la costa era soberbia, inmensa, una forma descomunal de vegetación. El sol reventaba en el agua. La marea era fuerte. Era mediodía y hacía un calor tremendo. El silencio era una forma de sueño, llevábamos muchas horas sin dormir. Creo que es la primera vez que siento que estoy en mitad del planeta, una sensación rara, porque siempre se está en mitad del planeta, pero me sentía allí, con ella, lejos, sin posibilidad de ser encontrados en siglos. Nadie nos hubiera encontrado jamás en aquella carretera. El conductor de aquel coche a trozos abrió la ventanilla. Entró la ráfaga pertinente de viento. Pensé en el pasado, en otra playa, en otra carretera que corría paralela al mar. Esos recuerdos que se parecen al presente o que no se parecen o que se parecen en algo y se mezclan durante medio segundo y al final no sabes si lo que percibes es lo que recuerdas o si lo que recuerdas está empantanado con la humedad que estás percibiendo. Por decir algo pregunté al conductor si quedaba mucho, si creía que sería fácil encontrar un sitio donde dormir allí donde íbamos, si era bonito. Poco después giró a la izquierda, descendió por una carretera muy estrecha, un camión con gente encima nos obligó a pararnos a un lado y dejarle pasar. El tipo bajó con prisa por la carretera. Al píe de playa vimos unas cuantas construcciones ubicadas por laderas de acantilados que daban al mar. Detuvo el coche y dijo que ahí era donde íbamos. Pagamos y nos despedimos, el tipo parecía ansioso por salir de allí se fue a toda prisa. De repente nos vimos los dos en mitad de un pueblo del que sólo conocíamos el nombre. "¿Qué hacemos ahora?" me preguntó ella. Nos quitamos los zapatos y caminamos por la playa. A lo lejos vimos a dos tipos caminando por la playa. Fuimos caminando como el que hace un reconocimiento de la zona. Sentí ganas de bañarme  y salí corriendo al agua. Una ola bestial me empujo durante algunos segundos, sin embargo me resultó agradable. Salí ella estaba sentada mirando a los lados. Me acerqué. Encontramos un sitio para dormir en la otra punta  de la playa. Una casa donde había habitaciones. Comimos en esa casa.  Ella de repente se fue caminando. La estuve mirando y me tumbé, luego, en la arena. Unos tipos hablaban cerca de mi. No lograba entender lo que decían. Me puse de píe y encontré un sitio para beber cerveza. Me senté y me bebí la primera extremadamente rápido. Una mujer en la barra miraba al mar. En una mesa que ya estaba casi sobre la arena de la playa, dos tipos bebían un licor amarillo: callados, serios, ausentes. Miré a lo lejos. Vi una casa en uno de los acantilidos en el otro extremo de la playa. Era una casa que parecía que colgaba. Bebí tres cervezas, hice dibujos en unas servilletas de papel, anoté unas frases sin mucho sentido. Pretendía anotar reflexiones sobre el viaje, pero me di cuenta que no tenía reflexiones sobre el viaje. Que el viaje, en cierto sentido estaba sucediendo de un modo poroso o en el tuétano, no a nivel cerebral o sobre todo a nivel cerebral y en el pancreas y en el hígado, en los intestinos. Como si determinadas partes de mi cuerpo estuvieran muy lejos de otras. Como si la mayoría de las cosas estuvieran allí, en ese pueblo y otras se hubieran esparcido por distintos lugares en los que había estado previamente en mi vida. Pedí una cuarta cerveza. Un tipo con una guitarra empezó a tocar canciones con cierto cansancio, como por rutina, como eso fuera lo que tocaba hacer. Fue anocheciendo y pensé que había pasado demasiado tiempo desde que ella se había ido. Estaba algo borracho y me puse en píe. Miré la playa, el atardecer violento y sobrecogedor sobre el pacífico. Aguanté la preocupación, en una extraña lucha por permanecer calmado y no dejarme llevar por la angustia. Pedí otra cerveza y en el bar entraron algunos extranjeros. Un grupo de francesas se sentó en la mesa de al lado. Una de ellas me pareció preciosa y a ratos la miraba. Cada dos o tres minutos miraba a la playa. Algún tiempo después la vi a aparecer, caminando pausada, con enorme tranquilidad. salí hasta la playa para hacerme ver y que se acercara hasta el bar. Me saludó a lo lejos y se dirigió hacia el bar. Me volví a sentar, miré a la francesa. Jugaban a las cartas, un tipo del pueblo se había sentado con ellas, hablaban en inglés. Ella entró en el bar, se sentó en la mesa. Sonreía. Le dije que estaba algo borracho. Me cogió la mano y se pidió una cerveza.

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