miércoles, abril 03, 2013

Buhonero

 En la 24 entre 19 y 20, donde los soportales, había un buhonero que vendía libros y discos de segunda mano. Llegaba a media mañana, cuando el bullicio de primera hora ya había pasado y cuando el calor ya era más contundente. Saludaba a los otros buhoneros, vendedores de comidas de olor fuerte o de zapatos deportivos de marcas falsas, y colocaba con precisión su mercancia. Libros inaccesibles, raros, de autores poco conocidos, ediciones antiguas de obras sin ninguna difusión. Los discos eran de bandas  de una especie de psicodelia de los setenta, grupos de nombres enrevesados, absolutamente desconocidos. Grabaciones en directo en locales que ya no existían, un movimiento no documentado. Allí pasaba las horas, fumando despacio y leyendo, sentado en una silla de tela sin respaldo. Esperando por clientes que aparecían muy esporádicamente.  La primera vez que fui, me llevo El Trébol Marquez, Una tarde humedísima, con el cielo encapotado y con un calor vaporoso que mareaba. El trébol le saludó con cierta confianza y él contestó con cierta distancia, pero con educación. Me presentó y el tipo me tendió la mano con rectitud. Estuve un buen rato mirando cosas por la mesa. El primer impacto fue no conocer nada de lo que había allí puesto. Los títulos y los autores de los libros me resultaban absolutamente ajenos: Colección poética de Andrés Silva, Recovecos de Bryn Rossen, Los equivocados de David Humo, El lugar perfecto de Marco Urech, FM en Uruapan  de Zeus Rodriguez. Le pregunté con curiosidad, el sólo título de aquellos libros, me incitaban a gastarme todos mis ahorros allí. Ese enigma que siempre despierta un libro, se potenciaba ante la ignorancia absoluta de datos sobre ellos. Las solapas  y las contraportadas no ayudaban, los datos sobre aquellos autores y aquellas obras eran vagos, un par de líneas en las que se hablaba del lugar y fecha  de nacimiento, poco más. Primero le pregunte por FM en Uruapan, me habló de Zeus Rodriguez con respeto. FM en Uruapan hablaba de un programa de madrugada en una FM de Uruapan en la que se hablaba de peyote y apariciones, el libro era una narración que intercalaba anécdotas e historias que se habían contado en el programa con la historia de su presentador, un tipo obsesionado con la percepción de la realidad y con la experimentación con drogas naturales que terminó muerto en el arcén de la carretera a Paracho, acribillado por los primeros matones de la droga en Michoacán. La lectura de aquel libro fue incendiaria, terrible. El mundo que circulaba en la cabeza del protagonista era asfixiante, lleno de fantasmas y mitologías dañinas. La forma en que Zeus Rodriguez escribe, es cercana e hipnótica y en cierta manera, la lectura te traslada a esa maraña confusa y neurótica del protagonista. Colección poética de Andrés Silva era una de los preferidos del buhonero. Andrés Silva era un boliviano que vivía en Calexico, regentaba un motel a las afueras y pasaba las noches sentado en la recepción, recibiendo camioneros agotados, prostitutas con clientes con urgencias y muchachos perdidos. Su poesía es una delirada visión del mundo desde la silla de la recepción. Andrés Silva tiene una concepción del mundo desconcertante, en el fondo de toda su poesía, se intuye una fe absoluta en la aparición de una nueva forma de vida que volverá la tierra un lugar menos hostil, menos despiadado. Recovecos de Bryn Rossen es la historia de un guitarrista de una banda de música surf que se enamora de una mormona embarazada de un tipo con cuatro esposas; el guitarrista, después de un concierto, atiborrado de alcohol y anfetaminas, conduce ciento seis kilómetros para ahorcar el tipo. A partir de ahí el relato es violento hasta la nausea. Las cuatro esposas contratan a unos sicarios mexicanos. El guitarrista huye por todo Estados Unidos, sin mapa, sin dirección. Se queda sin dinero. Empieza a tocar en locales de carretera para conseguir algo de dinero. Los mexicanos dan con el cuatro meses y medio después, le cosen a balas a la salida de un centro comercial en Portland. La descripción final de la entrada del guitarrista en una especie de pseudo cielo, debería ser considerada antología de la literatura pastoral.

 Pero si los libros eran desconcertantes, si los libros eran una literatura al margen, los discos que compramos aquella vez y en las siguientes visitas, parecían música compuesta en un cohete sobrevolando una esquina remota del universo. Los Frenéticos, psicodelia de un grupo de Guanare Venezuela de los años sesenta. Grabado en un establo del estado Apure, son cincuenta minutos de un sonido parecido a una sierra eléctrica acompañado por guitarras reverberadas y con ecos infinitos, el batería, durante los cincuenta minutos, única y exclusivamente, toca el drive marcando el tempo. Helio y Sol, son un duo coral, que van creando una sola composición que se extiende hora y cuarenta y cinco minutos, repartidos en dos cassettes. Son capas de voces que se van superponiendo y en cierta manera parecen ir navegando por escalas atonales hasta alcanzar, en los últimos veinte minutos, una nota concreta que sólo detienen para ir cogiendo aire. Planeta Enano, grupo de Maracaibo que podrían ser definidos como Soul del infierno. Música que desgasta y anima al mismo tiempo: El dolor existencial que hay al final del baile.

 Durante una época larga visitábamos al vendedor. Accedimos a esa contracultura accidental. Leíamos esos títulos sin rastro, publicaciones subvencionadas por algún espíritu generoso. Discos grabados de un modo arcaico, pero llenos de honestidad . Un sonido que ahora sería imposible repetir. Una literatura ajena a modas o a dictados estéticos. Autores sin más intención que desgarrarse en lo que hacían. Tipos que no sospechaban que aquello sería escuchado o leído años después, que alguien pagaría a un vendedor desconcertante por ello. Nos surtimos durante meses de aquello. Hasta que un día fuimos y no estaba, preguntamos a los buhoneros vecinos. Nos contaron que hacía días que no aparecía por ahí. Repetimos la búsqueda varios días. Nadie le había vuelto a ver. Tratamos de saber algún dato para buscarle. Los datos fueron imprecisos, se dudaba, unos decían que vivía en la 16 con 19, donde la iglesia. Otros que vivía en la 22 con 25. Algunos que vivía cerca del Domo. Nunca le volvimos a ver. Jamás pudimos averiguar de dónde sacaba aquel material.

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