martes, marzo 27, 2012

Melómano reencontrándose con una canción

 El melómano se detiene algunos segundos antes de decidir la siguiente escucha. El melómano se sienta en una butaca vieja y cierra los ojos. Durante algunos segundos desconoce la música, como si, de nuevo, escuchara esa canción por primera vez pero inmediatamente la montaña asciende por el esófago y le devuelve a ese terreno conocido. En cierta manera toda canción, piensa el melómano, suena por primera vez, también hay, inconscientemente, un viaje a esa primera vez. Entonces el melómano ve una ventana, al otro lado una ciudad que ha visitado dos veces. Está es la segunda vez. Está en un apartamento viejo, casi vacío, lleno de colchones. Hay dos tipos y una tipa durmiendo. Se está haciendo de noche y le melómano mira la ciudad desde la ventana. Hay una montaña alta, un pico inalcanzable. Hay pequeñas casas al otro lado de un río seco, un puente al lado por donde pasan dos muchachas. Hay unos tipos sentados en una moto, la moto es vieja. Hay una luz triste y sublime. En la casa todo está apagado porque todos duermen menos el melómano y el melómano recuerda en ese instante que se ha quedado sin dinero y en cierta forma sin futuro. El melómano está aquejado de una terrible resaca. La ciudad pequeña a píe de montaña tiene una forma abierta, como si hubiera sido pensada para no entrar nunca, para entrar sin haber entrado e irte sin demasiadas ataduras y al melómano, que lleva un día y se irá al día siguiente, le produce un calambre ilocalizable saber que jamás volverá, por más que la ciudad esté abierta y no dispuesta a las despedidas. Mira la montaña y trata de pesarla con la vista. Se imagina levantándola y llevándosela por la carretera por la que llegaron los cuatro hasta esa ciudad. No se lo imagina de un modo poético o metafórico, sino casi absurdo; y la imagen le parece desequilibrada: el natural desequilibrio entre el tamaño de sus brazos y la mole de piedra, tierra, raices y entrañas. Hay algo inevitable en esa ciudad que va ligado a esa montaña, la montaña lo ha visto todo y lo verá todo, verá la decadencia de este sistema y lo que vendrá, verá los hijos de los otros hijos, verá la tierra poblada de tipos con peinados amorfos y vida anormal, pero además vio cuando esto era tierra y río y por ahí no pasaba nadie y la canción que escucha el melómano era inconcebible. El melómano escucha esa canción por primera vez y siente el vacío y la distancia insalvable cuando la escuche de nuevo, catorce años después. El melómano sentado en una butaca empujado desde dentro por la montaña y la escucha de nuevo.

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