sábado, marzo 24, 2012

El primer viaje dentro del viaje (5)

 Nunca entendí del todo aquel viaje o todo el movimiento que implicaba aquel viaje. A los 13 años la burocracia es más burocracia que lo es el resto de tu vida. A los trece años los papeles son asuntos que se resuelven allí, en el mundo de las irreverencias y extravagancias de los adultos. Sé vagamente que íbamos a San Cristobal porque allí estaba la frontera con Colombia y que saldríamos y volveríamos a entrar a Venezuela y que al hacerlo por la frontera de Cúcuta, previamente pagando y resolviendo no sé que asuntos de papeles, milagrosamente conseguiríamos la residencia y todos los asuntos de papeles quedarían resueltos de un plumazo. El viaje fue largo o yo lo recuerdo muy largo, como si hubiera durado más horas de lo habitual. Recuerdo poblaciones que aparecen y desaparecen, poblaciones que en cierta manera a mi no me parecían poblaciones, porque sus nombres y el modo en el que aparecen y se van no le dan consistencia real, como si fueran proyecciones; pero no proyecciones futuristas, sino proyecciones que llegan a la pantalla de un modo débil, casi sin fuerza; como si ese proyector que emitía fuera una reliquia y lanzara la luz a duras penas y esas proyecciones, que eran aquellas poblaciones, no fueran no del todo visibles. Las variaciones de la tierra, las formas de la carretera, los paisajes a los lados, todo parecía una proyección lejana. El viaje sucedía de un modo abismal porque estábamos viajando dentro de nuestro propio viaje y a la sensación evidente de lejanía que teníamos, porque llevábamos poquisímos días en aquel país, en aquella nueva vida; ese viaje por carretera, por la vía del llano, aún alejaba más las cosas y los efectos de lejanía parecían duplicarse de un modo exponencial, imposible. La aritmética incalculable de la percepción. Entonces veo el Renault 18 y suena un casette que mi hermano ha puesto días antes y que suena en loop desde que llegamos dentro del coche. Un casette que nadie se atreve a quitar porque esa música nos ata a tierra; si es que la tierra, en algún momento, pudiera ser música. Un casette con una selección de música delirada, sin hilo, un casette que emite canciones dispares, reflejos de una época y que irán incrustadas a nuestra memoria el resto de nuestra vida. Avanza el coche por la tierra nueva, por el mundo nuevo. Paisajes que entenderás con el tiempo, pero que ene se momento parecen imposibles por distintos, por nuevos. El color verde que revienta, el calor desmesurado, al vegetación desconocida.

 El viejo detiene el coche. Hay un lugar en mitad de la carretera. Nos bajamos en una construcción precaria que se anuncia como restaurante. En la puerta un perro está tumbado en un hueco de sombra. No hay nadie salvo un camarero que saluda y casi no entendemos. Suena música un arpa y otro instrumento de cuerda. Notas veloces, una voz aguda de la que rescato palabras dispersas: el llano, la tierra... poco más. Nos sentamos, pedimos carne. Creo que mi padre fuma. El camarero desaparece, comemos en el exterior del restaurante, hace un calor incomprensible, porque también la forma del calor es nueva. Hay un cartel que anuncia una piscina. Mi hermano y yo la buscamos pero no encontramos nada, por la parte de atrás vemos lo que debió ser un simulacro de hotel, pero en absoluto deterioro. Una construcción a medio terminar y vacía. Volvemos a la mesa, le perro se ha tumbado al lado de mi padre. Mi padre vuelve a fumar. No comemos, la carne que saca el tipo: es inmasticable. Mi hermano y yo hacemos el intento varias veces, pero son piedras, piedras con forma de carne. Con disimulo se la vamos dando al perro que no deja ni un sólo trozo.

 Seguimos avanzando. El paisaje va variando. En el coche hay a veces silencio. Como si cada uno pensara, a ratos, que en cierta manera estamos perdidos. No perdidos, sino perdidos definitivamente. Como si hubiéramos llegado a un punto de no retorno y en realidad, no debió ser una percepción poética, sino una intuición absoluta. Se va haciendo de noche y aparecen montañas.

 No recuerdo a qué hora, pero llegamos a San Cristobal y conocemos a aquella gente. Dormimos en su casa. Dormimos en el salón. Creo que duermo en un colchón cerca de mi hermano. Creo que por primera vez en mi vida tardo mucho en dormirme. Sé que me pregunto, sin drama, sin dolor, pero con cierto desconcierto: ¿Qué coño hacemos aquí? Creo que en ese momento me doy cuenta que el viaje nos ha llevado realmente lejos.

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