lunes, agosto 21, 2006

Parte del viaje

No todo se explica. Hay cosas que no se terminan de encerrar con el lenguaje, que se escapan, que aun llenandolas con un saco de adjetivos no terminan de ser explicadas. Así pasa con determinados sitios tambien. Lo ves, estás ahí. Sabes que has llegado, que una carretera te ha conducido hasta ese lugar preciso y único, y sin embargo hay un algo irreal en todo. Llueve y es sábado por la tarde. Has estado ascendiendo la montaña un buen rato, incalculable por que ibas hablando en el coche y ademas llevas diez dias sin usar reloj, como si la hora perteneciese únicamente a los dias en casa. En el coche además de hablar has sentido una especie de euforia con la , si cabe tal adjetivo, monumentalidad del paisaje virgen, del verdor, de lo exagerado y potente. Llueve con brutalidad, llueve como si nunca hubiese llovido y en ese acto de estreno, la naturaleza no tuviese control, no supiese manejar, aun, las cantidades de agua. Así que por la estrecha carretera que vamos ascendiendo, van cayendo, a los lados, rios de agua. De repente llegamos al destino, estamos a las afueras aun y te sorprende un desfile, es día de fiesta. Entonces comienza el recorrido.

El continente se da a ello y ya el siglo pasado se hizo literatura contando esa realidad que al resto se le escapa o que la entiende como una realidad pero que no termina de suceder, pero un pueblo, ahí arriba, en medio de la montaña, casi perdido es un lugar de artesanos del amable instrumento de seis cuerdas. Hay variaciones, hasta la saciedad, de la original guitarra. Las vi casi circulares, las vi trianguladas, las vi, incluso, con el mastil elevado y las cuerdas, suspendidas unos centimentros, en el aire. Las vi con forma de nave espacial, con una forma indescriptible, las vi con forma de cara y la boca era una boca, las ví extrañas, muy diferentes, pero tambien las ví con la forma original pero trabajadas de forma sublime, no se podían tocar, estaban expuestas, pero solo viendolas uno ya sabía, uno ya oía un sonido perfecto. La madera era hermosa y se veían trabajadas con don, con magia. Eso ví, era fiesta en el pueblo y la calle estaba abarrotada de alcohol y de canciones, de música y de comida, llovía, pero daba igual. De las calles colgaban adornos, como no, de guitarras, todo eran guitarras. Las tiendas eran guitarras, las mujeres vendían guitarras, la fiesta era la fiesta de la guitarra. Entre en una de las mil tiendas de guitarras y toqué una, toqué otra hasta que tuve en la mano el bajo sexto. Y me fuí, se hizo de noche y descendimos. Llovía cuando deshaciamos el camino. Todavia no se si realmente estuve allí.

1 comentario:

stel dijo...

sabes? la casualidad (o mi reproductor de música) ha hecho que sonara "Alone in Kyoto" de Air mientras leía el post. Me ha parecido genial, no se, una buena canción para esos momentos especiales que una no sabe si son o no son...
bonita parte del viaje.
besos
^^

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