lunes, agosto 21, 2006

Agradecimiento

No niego que cuando nos invitaron a esa cena sentimos uan especie de duda que casi provocaba miedo. Aquellas amabilisimas gentes nos habían atendido no ya con calor sino con un cariño que sospecho no merezco. Querían hacernos concluir la visita a su hermoso estado con una cena de la que la única pista que ofrecieron fue una frase que bien podía provocar placer, bien podía provocar temor. "La cena será una cena lorquiana". Aquello bien podía ser una cena poetica o una cena de sangre, una cena gitana o una cena desgarrada o que nos desgarrase. No sé, la imaginación, mas estando en México, nos daba para todo. Sospechamos de una cena que estas pobres bocas ibéricas resultarían acribilladas por el picor. En fin, había, honestamente, mas temor que otra cosa en nuestra curiosidad ante "La cena lorquiana".

Llegó la hora, recorrimos las calles de Morelia camino a la casa de aquellas excelentes personas que nos habían ido mostrando aquel trozo que conocimos de su estado con alucinantes anecdotas de cada lugar al que ibamos, nos lo ilustraban con trozos de la historia o trozos de sus propias historias, pero todo había resultado intenso y especial. De algún modo, cuando se viaja, uno espera siempre, y pocas veces sucede, conocer los sitios así, con la intensidad y con las historias que rodean esos paisajes y esas ciudades que uno va viendo. Nos recibieron con la amabilidad habitual, primero conversamos un poco sobre anecdotas familiares y sobre estas familias que se dividen en varios padres, varias madres, varios hermanos dispersos e hicimos bromas con ese modelo de familia que defendian en nuestro país el partido de la oposición, y que contando lo que estabamos contando tan absurdo resultaba a estas alturas de la historia. Ahí podría estar el principio de la cena lorquiana, pero no. De repente nos invitaron a sentarnos y fue cuando descubrimos la cena lorquiana. Consistía en que cada uno de los platos que nos iban a servir tenían en comun el color verde. El arroz, que nos sirvieron de primero, fue verde. El Pollo con mole, pero con mole verde, era, evidentemente , de un color verde hermoso y el agua que acompañaba la exquista cena era verde pues era agua de perejil y limón. Mientras comiamos en un estado casi de alucinación, no ya solo por lo sabroso, sino por lo creativo y lo bonito del detalle, nos leyeron con frescura aquello del "Verde que te quiero verde". Salimos los cuatro españolitos casi hipnotizados despues de una velada especial, de esas que uno recuerda, de esas que marcan un viaje. No ya solo por la cena sino por lo especial y entrañable de aquellos Michoacanos geniales.

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