martes, agosto 15, 2006

El lento regreso

En la calle Bucareli he visto esta mañana un lugar donde arreglaban coches o los alquilaban o no se que coño hacían con los coches pero lo curioso es que en la calle Bucarelli hay un sitio que se llama Bolaños.

Esta mañana hemos visto el D.F. amanecer, le va entrando la luzz, asi, suavecito, poquito a poco, le vas entrando a la urbe por no se que carretera en la que a muchisimos kilometros del centro ya empiezan a apaarecer casas y calles y gente que camina sola, aun de noche, sin saberse que direccion llevan esas almas pasajeras. y van apareciendo mas calles y mas gentes y puestos de comida y mas calles y mas tráfico y mas calles, mas calles y mas gente y va aumentando como un orgasmo, como si la ciudad eyaculase gentee y coches y calles y puestos y sin embargo aun estas entrando, y sin embargo aun es que falta para llegar a donde vas. avanzas por una ciudad que sigue siendo la misma aunque no lo parezca, como si la ciudad fuese varias ciudades pegadas, una detrás de otra y sin frontera. Y de repente el metro y la densidad de puestos de comida aumenta y ves a los chilangos desayunando su taco y una morenota que se dispone a bajar desde la altura de esas piernas las escaleras del metro y mas gente y se hace de día y aun no llegas, sigues atravesando una calle, otra calle. y así sigo y seguiremos una vida entera cruzando el D.F. y aun no llegaremos, sospechoe que jamas llegaremos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Calvino, Ciudades Invisibles:
Para hablarte de Pentesilea tendría que empezar por describiste la entrada en la ciudad. Tu imaginas, claro, que ves alzarse de la llanura polvorienta un cerco de murallas, que te aproximas paso a paso a la puerta, vigilada por aduaneros que echan miradas desconfiadas y torcidas a tus bártulos. Hasta que no has llegado estás afuera; pasas debajo de una arquivolta y te encuentras dentro de la ciudad; su espesor compacto te circunda; tallado en su piedra hay un dibujo que se te revelaría si sigues su trazado todo en espigas.
Si crees esto, te equivocas: en Pentesilea es distinto. Hace horas que avanzas y no ves claro si estas ya en medio de la ciudad o todavía afuera.
Como un lago de orillas bajas que se pierde en aguazales, así Pentesilea se expande durante millas en torno a una sopa de ciudad diluida en la llanura: conventillos pálidos que se dan la espalda en prados híspidos, entre empalizadas de tablas y techos de zinc. Cada tanto en los bordes del camino un espesarse de construcciones de magras fachadas, altas altas o bajas bajas como un peine desdentado, parece indicar que de allí en adelante las mallas de la ciudad se estrechan. En cambio prosigues y encuentras otros terrenos baldíos, después un suburbio oxidado de oficinas y depósitos, un cementerio, una feria con sus carruseles, un matadero, te alejas por una calle de tiendas macilentas que se pierde entre manchones de campo despeluzado.
Las gentes que uno encuentra, si les preguntas: -¿Para Pentesilea?, hacen un gesto circular que no sabes si quiere decir: "Aquí", o bien: "Más allá", o "Doblando", o si no: "Del lado opuesto".
-La ciudad- insistes en preguntar. -Nosotros venimos a trabajar aquí por las mañanas- te responden algunos, y otros-: Nosotros volvemos aquí a dormir.
-¿Pero la ciudad donde se vive? -preguntas.-Ha de ser- dicen por allí- y algunos alzan el brazo oblicuamente hacia una concreción de poliedros opacos, en el horizonte, mientras otros indican a tus espaldas el espectro de otras cúspides.
-¿Entonces la he pasado sin darme cuenta?
-No, prueba a seguir adelante.
Así continuas, pasando de una periferia a otra, y llega la hora de marcharse de Pentesilea. Preguntas por la calle para salir de la ciudad, recorres el desgranarse de los suburbios desparramados como un pigmento lechoso; llega la noche; se iluminan las ventanas ya mis escasas ya mis numerosas.
Si escondida en alguna bolsa o arruga de este mellado distrito existe una Pentesilea reconocible y recordable para quien haya estado, o bien si Pentesilea es solo periferia de sí misma y tiene su centro en cualquier lugar, he renunciado a entenderlo. La pregunta que ahora comienza a rodar en tu cabeza es más angustiosa: fuera de Pentesilea existe un fuera? ¿O por más que te alejes de la ciudad no haces sino pasar de un limbo a otro y no consigues salir de ella?

Anónimo dijo...

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