martes, marzo 23, 2021

Humo

 Delgado, alto, de huesos marcados, muy desgarbado al andar, pelo lacio y grisáceo, ojos profundos. Voz grave, de esas voces que parecen venir desde una zona imposible del pecho. Hay voces que dan la sensación de venir de una caverna, como si el cuerpo tuviera acceso a zonas remotas y la voz emergiera desde allí, haciendo un viaje indescifrable hasta la salida en forma de onda. Una voz que tardaba algo más de tiempo de lo normal en perderse en el aire. Fumador tremendo. Su imagen siempre viene acompañada del cigarro, ese gesto que tienen los muy fumadores que parece que tienen el cigarro enterrado en la mano, como si el cigarro estuviera atrapado como un pequeño roedor que acabamos de atrapar. Poco hablador, de esa gente que parece hablar de algo mientras su cabeza va transitando otras ideas, otros pensamientos. Dejan frases más o menos comunes, mientras sus verdaderos pensamientos deambulan por zonas inaccesibles para los presentes. Su mirada parece estar pendiente de otras cosas, pero no por ansiedad o falta de atención, sino porque su mente percibe algo en la lentitud de la atmósfera o una forma poco precisa del recuerdo. Poco nostálgico, ese recuerdo es realmente una forma extraña del tiempo, vive atrás, pero no en la nostalgia, simplemente como si su tiempo fuera más lento y aún no hubiera alcanzado el presente. Si se le observa con atención tampoco se es muy capaz de sacar muchos detalles más. Medoreas esos ya escritos. Buscas otras cosas, pero no aparecen, hay ligeras modificaciones. Quizá algún gesto que te hace intuir una desgana o una inquietud, quizá preocupaciones que un presupone económicas. No sabemos si piensa en el futuro, el futuro podría ser una zona remota en la que no piensa demasiado como no pensamos demasiado en la mayoría de ciudades de la mayoría de los países. Están ahí, las podemos nombrar, pero rara vez vienen a nuestra mente. El futuro es eso para él: una ciudad de población media de algún país de una zona alejada de nuestro entorno. Quizá todo gire en torno al cigarro. En general el fumador muy adicto, el gran fumador, tiene una relación casi profesional con el cigarro, es una ocupación permanente, marca el ritmo diario. Para ese fumador el cigarro se asemeja a la música. Eso que viene de antes de las palabras, ese lenguaje no verbal que sale y se pierde en el aire. Memoria que viaje a la nada y que nos hace sabernos presentes, quizá vivos. El fumador fuma para saberse vivo, aun sabiendo que le está matando. La vida del fumador se suspende ahí, como el humo, en ese aire que se hace más lento. Hay gente que sabe que jamás va a dejar de fumar a pesar de cada vez le va produciendo más contratiempos, más dificultades. Pocas cosas más angustiosas que ir perdiendo capacidad para respirar. Sin embargo ese humo que entra y sale, que viaje casi místico por nosotros y hacia afuera. ¿No es acaso eso lo que buscan los meditadores modernos urbanos, esos meditadores modernos llenos de esquizofrenia y desquicie? ¿No buscan respirar y soltar, mantener ese ritmo  de entrada y salida del aire? Eso hacen los fumadores. Respiran a ritmo que suaviza toda ansiedad. Bajan la intensidad. Reducen el nervio de la existencia. Por eso son adictos, porque fumar les cambia el ritmo, les aleja del ritmo real, suaviza las cosas. Hay fumadores, como él, que se vuelven básicamente eso: fumadores. Su vida se hace toda alrededor de ese acto que vuelven permanente. Son fumadores y luego ya son otras cosas. Y él fuma, mucho. Regenta el bar de la esquina de abajo, el único bar de estética real que queda en este barrio tomado por el turismo. Ya cabe esta frase: un bar de los de antes.  Atiende sin prisa, porque casi siempre está en la puerta fumando, viendo pasar a la gente por la acera. Fuma mientras ve otros locales de alrededor abrir y cerrar, meses de reformas, estéticas que van y vienen, locales que no aguantan, mientras él fuma, mientras el humo se pierde y la ceniza cae a la acera. 

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