miércoles, marzo 24, 2021

4º B

Él habla con un volumen de voz molesto. No es ya sólo que hable alto, es que habla como echando en cara algo. Da igual que sea una conversación sea sobre el día lluvioso, él suelta las frases como si te estuviera recriminando algo. El acento parece de alguna zona de Castilla, pero no sabría especificar. Ella habla con voz baja, pero se le ha pegado, o quizá ya era así antes, no lo sé, ese desprecio por el interlocutor. A los dos les altera la gente. Él no es cojo, pero cojea al andar, seguramente tenga algún problema de espalda debido al sobrepeso. No es una cojera obvia, evidente. Es un vaivén torpe, una caída leve, más pronunciada hacia el lado izquierdo. El rostro es durísimo, esos rostros que, nuevamente, me recuerdan a ciertos rostros castellanos. No hay atisbo de amabilidad en su cuerpo, ni en sus gestos, ni, como ya decíamos, en su voz. Todo es áspero, antipático. Ella es extremadamente delgada, camina como si no doblara las rodillas, como si las piernas, de una delgadez que abruma, no rotaran, fueran rígidas. El tronco está  enterrado, casi cubierto por los brazos, que lleva muy pegados al cuerpo, y los hombros que echa hacia adelante, como si quisiera protegerse de algo. Su delgadez, su forma de andar, incluso su forma de mirar hacen pensar en una persona carcomida por la angustia y la ansiedad, también por un miedo extraño, un miedo inexplicable. Los ojos no se quedan fijos en ningún lado, está siempre mirando como si estuviera discutiendo, como si tuviera que defenderse de algo de lo que en el fondo se sospecha culpable. El mundo no le resulta un lugar amable, la gente, el ser humano en general, le parece sospechoso. Hay una profunda desconfianza hacia todos. Lo que más sorprende en dos personas así es que hayan terminado juntas, ¿cómo lograron fiarse el uno del otro? Viven aislados, aunque viven en el piso justo encima de los padres de ella, pero nunca se les ve con nadie. No se les conoce vida social. Sólo se les ve a ellos dos, nunca van con nadie, nunca reciben visitas, nunca se les ve en los locales de alrededor del edificio. Parecen concentrar todas sus fuerzas en las reuniones de vecinos, donde despliegan un odio y un rencor abrumador a cada uno de los vecinos. Tienen una lista de reclamos para cada uno. Tienen quejas para todos. Sospechan de triquiñuelas desde el primero hasta el cuarto. Nadie esta libre de su mirada culpabilzadora. Todos los vecinos somos potenciales delincuentes. Llevo trece años viviendo ene este edificio y es un caso sorprendente. Les veo cada muchos meses en el portal. He visto vecinos en algun bar, en algun local. He visto vecinos recibir visitas, he escuchado bullicio de encuentros en casi todas las casas salvo en la de ellos. Nunca les he visto tomar una cerveza en algún bar de alrededor, nunca hay movimiento de gentes en su casa, salvo este verano pandémico. Era una noche muy caliente, esas noches tremendas de julio en Madrid. Estábamos con unos amigos franceses hablando y de repente escuchamos ruidos a través del patio. Mucho ruido, desde su ventana vimos a tres tipos hablando en francés a mucho volumen, fumaban y nos miraban con atención. Nuestra amiga francesa trataba de descifrar los comentarios, pero no lograba entender. Los tipos nos miraban, hablaban a voces y fumaban muchísimo. Encendieron música. No lográbamos identificar ninguna canción. Seguían asomados en la ventana, quizá porque sufrían el calor veraniego y para seguir fumando. No dejaban de fumar y no dejaban de mirarnos. Entraba la madrugada y nos despedimos de nuestros amigos. Miramos por ultima vez. La pareja no parecía estar. Solo esos franceses bulliciosos. A la mañana siguiente miré por curiosidad. Las persianas estaban cerradas. No se volvieron abrir en todo el verano. Nunca más vi a los franceses. A ellos tardé algunos meses en encontrármelos en el portal. Cada vez me resultan más enigmáticos o incompresibles. 

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