miércoles, marzo 17, 2021

En los edificios del ministerio

Todas las luchas previas, todas aquellas batallas dialécticas, verbales, ideológicas resultaban fascinantes, motivadoras, emocionantes. Activar el pensamiento para enfrentarte, para debatir, para luchar, era apasionante. Había una larga carrera de fondo. Nadie comprende qué es la política de verdad hasta que hace política de la de verdad. Una cosa son las ideas, las opiniones trabajadas en cada persona día tras día, lectura tras lectura, conversación tras conversación. ¿Cómo se va formando nuestro pensamiento político? ¿Cómo se forma nuestra ideología? Esa cosa imprecisa, esa abstracción inabarcable que es nuestra ideología. ¿Cómo llegamos a pensar las cosas que pensamos? ¿Cómo llegamos a tener una visión del orden social? ¡Qué abstracción fascinante! Que nos lleva a discutir con amigos, con familiares, que nos lleva a reventar sobremesas o cenas. ¿Por qué pensamos las cosas que pensamos? ¿Por qué discutimos y nos agredimos por esa abstracción? Porque nos va la comprensión del mundo en ello. Pero eso, eso no deja de moverse en el terreno de lo psicológico, si cabe, pero cuando entras en el escenario de la política real todo eso cobra forma, es como un animal mitológico que se forma y se hace real. Entonces pasas a las disputas de verdad, a los enfrentamientos, a perder moral, a veces, por un esfuerzo supremo. Por un final al que sabes que nunca llegarás. Es una carrera eterna, porque la idea por la que empezaste, en seguida descubres, que jamás será alcanzada. Sí, en la política real el fin, al que nunca llegarás, justifica los medios .

Es difícil afrontar las primeras incoherencias. En el otro lado, en el de la política no real, las incoherencias no son extremas, son llevaderas, no te enfrentan de un modo salvaje a ti mismo, pero en la acción real: sí. Dejas de verte igual a ti mismo. El espejo te devuelve a un tipo que ya no existe. En el espejo aún eres aquel, ese tipo con una ideología abstracta, trabajada o creada en años previos: en las grandes lecturas, en la universidad o en conversaciones. También en tu observación diaria de la realidad. Pero el tipo del espejo ya no está. Has conspirado, has hecho jugadas perversas, has puesto trabas, has maltratado, has sido profundamente injusto, has mentido y sobre todo has sido profundamente incoherente. Pero siempre con un fin, ese fin que creías justo, respetable, honorable. La idea de un orden mejor. Cada día despertando y maquinando desde pronto: tú, que nunca habías sido madrugador, ahora dormías poco, transitabas pensamientos extraños en la madrugada, ideando planes, ideando formas, manipulando a rivales y compañeros. Especulando en esas horas confusas que hay antes del amanecer. Ya casi no había soledad porque en cierta manera tú, como individuo, ya no eras del todo real. Eras un engranaje, un no ser, eras la encarnación de una idea abstracta en forma de cuerpo humano. Pasas a ser una representación, pero no de un modo teatral, sino de un modo sociológico. Eres una representación absoluta. Y eso traspasa tu mente. Dejas de verte como persona, no actúas como tal. Cada segundo de tu día se hace parte de esa representación. Es terrible, pero es profundamente responsable, es una responsabilidad gigante, difícil de entender para el que no lo ha experimentado. A veces estás exhausto y tienes que ganas de huir, pero ya no puedes huir, eres un esclavo de eso, no te perteneces. Se confunde con ego. No es ego, es que ni siquiera ya hay ego. Hay una obsesión que viene de tu ego, pero que no se explica en el ego, porque muchas madrugadas deseaba no estar allí, no vivir mi vida, no ser esa representación. ¿Por qué sigues? Eso se entiende mucho después, no en ese momento. Es atractivo vivir ese momento, se asemeja al poder, aunque pronto descubras que el poder es otro cosa. Juegas al poder, y tienes cierto poder, pero es tan limitado que en seguida descubres que es un poder mínimo, de poca importancia. Genera ruido, porque en el lado de la política real todo es ruido, pero el poder es otra cosa. El poder no se ve, no se percibe, por eso es poder. El poder está en todo de un modo silente, invisible, sin saberse que está. Pero en la representación, en ese juego de la política real, hay cierto juego de poder y eso te hace resistir, porque un pequeño logro, un titular a favor te da fuerzas. "Hemos logrado..." Decir esa frase ante los tuyos te hace sentir una forma curiosa de poder. Quizá por eso resistes y porque el juego de mantenerte ahí, de permanecer, de irritar al adversario te hace sentirte vivo, potente, casi salvaje, quizá ahí sí, ahí es el ego el que te hace resistir. Y toda esa batalla y la trampa final, la trampa que no ves venir, es cuando crees que entras en esos despachos, en los edificios ministeriales y crees que tienes márgen de maniobra. Los primeros días mantienes la ilusión. Has logrado entrar en sus edificios, en esos amplios despachos y crees que has avanzado una casilla en la carrera infinita. Ya sabes que nunca llegarás al fin, pero durante un tiempo crees haber avanzado una casilla, y descubres que no, que lo que has hecho es retroceder para siempre, has sido atrapado. En el edificio institucional, los días son aburridos y ni siquiera tienes mucho que hacer. Cuando creías haber entrado, haber asaltado el poder, lo que habías logrado era encerrarte. Pasan días y días de tedio. El despacho tiene grandes vistas, todo es cómodo, pero no hay llamadas, no puedes maquinar, intentar seguir avanzando casillas, has tocado el límite y descubres, día a día, hora a hora, que has tocado la pared, que has llegado a tu limite, que ya no tiene nada que hacer. Que todo aquel trabajo previo, todas aquellas batallas, toda aquella lucha dialéctica con los tuyos te ha dejado exhausto y ha acabado con tu idea. El poder ha acabado contigo. 

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