domingo, febrero 24, 2013

Escaleras mecánicas

La primera foto fue estética. No había otra intención que ese impulso de atracción hacia una escena que detenida en el instante fotografiado nos resulta hermoso o peculiar o terrible. En aquella escena inconexa yo vi algo rítmico, quizá la hermosura de lo fugaz, de la intrascendencia de lo personal en los espacios de transición como es el terminal de autobuses del oeste.

El conjunto de escaleras mecánicas, avanzando en ciclos monótonos, empujando a personajes anónimos hacia arriba o hacia abajo, resultaba desde abajo, precioso. Las metáforas eran muchas. Las personas me parecían notas en ese pentagrama de escaleras. Fotografié veloz, sin importancia. Empujado por la prisa. No recuerdo con exactitud hacia donde me dirigía, si volvía o iba. Fotografié sin importancia, sin espíritu de trascendencia, por la pura atracción fugaz de la belleza efímera.

Al llegar a casa, horas después, me quedé mucho rato mirandola. Aquellos individuos colocados aleatoriamente en las distintas escaleras. Había una armonía tan casual en esa perspectiva de las escaleras que parecía casi imposible que no estuvieran colocados racionalmente, que no hubiera un orden preestablecido. La fotografía me resultó un enigma o una especie de revelación de fe. Lo que ahí sucedía, en ese instante aleatorio, parecía concebido de antemano. En ese instante decidí acudir diariamente a fotografiar ese mismo lugar, ese punto preciso. Como si ese lugar, de repente, me pareciera esconder o revelar el centro del universo. El punto de partida al orden cósmico.

Fotografié hasta el hastío. Cada día. Insaciable. Con la constancia de un segundero en un reloj. Acumulé la misma imagen con la variación indescifrable del tiempo. Nunca, jamás, salieron dos fotos iguales. La posición de las personas, la luz natural, la ropa de los protagonistas, los protagonistas incluso. Había una permanente variación a cada foto. Me aprendí la imagen, las distancias o las posiciones de los elementos constantes, llegué a descubrir personajes que con el paso de días o fotos, repetían aparición. Personajes que aparecían con el tiempo y los reconocía. Aquel muchacho con audífonos que había cambiado su corte de pelo de una foto a la otra. Aquella mujer de poca estatura, aquel anciano que repitió con frecuencia el primer año. La chica que la primera vez aparecía de la mano de un chico y luego fue desfilando o bien sola o bien con distintos amigos o amigas. Nunca, jamás, hubo dos fotos ni siquiera relativamente parecidas. En una en la parte superior de la escalera había un cuerpo a punto de desaparecer de plano en otra dos figuras casi abajo, en otra nadie, en otra multitud humana. Nunca las posiciones o personajes se llegaron a repetir con exactitud.

Un día, aquello, me dejó de entretener. Aun conservo todas las fotos, archivadas en orden cronológico, por si algún día me diera por tratar de comprender el orden de ese fragmento diminuto del universo.

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