domingo, diciembre 02, 2012

Conócete por dentro, impúlsate hacia afuera

  Era una especie de letargo más que una tristeza o una depresión. Mi vida no era mala, lo que le pasaba a mi vida es que era inocua, pero no porque quisiera que lo fuera, sino porque ni siquiera lo era. Mi vida era prescindible y yo vivía mi vida sabiendo y siendo consciente de ese carácter intrascendente y tan poco dañino, dañino en el sentido de dejar marca, una leve marca. No trascender al modo de un filósofo griego que siglos después aún es evocado, no. Dejar una mínima señal, una marca en una piedra olvidada en un acantilado que da al mar. Poco más. Pero mi vida no alcanzaba ni quince centímetros de radio de acción y sumido como estaba en una secuencia de días trillados, amontonados uno tras otro, como un grumo en la memoria que comprende años, una época prolongada y difusa. Quizá fue en ese amontonamiento de horas y días que caí, quizá por aburrimiento, quizá por un invisible desespero, en el primero de una secuencia inabarcable de libros, libros en los que no creía, pero que terminaron convirtiéndose en adictivos, en una forma de vida, en una laberinto en el que un libro te empujaba a otro libro. Libros de autoayuda. Uno tras otro. La autoayuda es así, un camino inescrutable: el poder de la palabra abrió, sin mal no recuerdo, el camino. Lo siguió Autocuración. De ahí siguió una secuencia voraz: Sánate; Escuchar tu alma; Los caminos del alma; La buena suerte; Tus zonas erróneas; la felicidad es el medio. Encontré lentamente diferentes bifurcaciones, dentro de sus paralelismos y sus coincidencias, había variaciones, puntos de vista opuestos. Me fui haciendo un experto. Cabalgué hacía una autoayuda más underground, más radical. Conocí a Connie Mendez y me encontré con una autora que me desvelaba una verdad profunda, una filosofía aplicable y tremenda, un positivismo regenerador y avasallador. Hipnotizado por su título empece con La carrera de un átomo. Seguí con Te regalo lo que se te antoje. En ese punto Connie Mendez era, ya, parte importante de mi pensamiento, también de mi vida. Piensa lo bueno y se te dará, El maravilloso número 7, el librito azul. En aquellas palabras encontraba un despertar a mi vida, y aunque mi vida, en apariencia, seguía su ritmo rígido y soso, internamente todo estaba aliñado de otro modo. Me encontraba activo y emergente. Efusivo. Conny Mendez era una puerta o una de las columnas de una nueva realidad en mi vida. De ahí dí con Rubén Cedeño. A Rubén Cedeño lo devoré. Las horas no eran horas, eran hojas de Rubén Cedeño: Emergencia Cósmica, Rayo Rosa. A través de internet empecé a participar en grupos, en foros de intercambio y sanación. Metafísica para todos on line. Abandoné, entonces, la metafísica mainstream  y pasé a una metafísica indie. Accedía a textos no publicados de verdaderos sabios del alma y la curación a través de la palabra. Viajé a encuentros y publiqué mis primeros pensamientos.  Rapidamente me convertí en conferenciante de Central espiritual del pensamiento en positivo: un movimiento amplio fundado en Caracas a principio de los setenta y que fue retomado por nosotros casi treinta años después, impulsados por un era de nuevo positivismo y acción del milagro humano. Junto a los hermanos Machado y Cruz Martinez comenzamos una fortísima expansión y divulgación de esta nueva corriente del pensamiento y la acción. Mis primeras obras vendieron relativamente bien. La tercera fue un éxito comercial, traducido a cuatro idiomas. MAntuve un ritmo alto de publicación durante la siguiente decada. Viajé a lo largo del mundo repartiendo mi palabra de sanación, mi pensamiento del empuje optimista: conócete por dentro, impúlsate hacia afuera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pare de sofrer :P

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